lunes, 28 de julio de 2014

Reencuentro.1. Incetidumbre.

  Alguien te espera, siempre, en cada vida, en algún lugar de este mundo… siempre lo hay. Y debes aprender a seguir las pistas que el destino te pone en frente para llegar a esa persona. Sin embargo, ojala fuera así de sencillo… no siempre logras percatarte de dichas pistas, necesitas que te suceda algo malo, para que estés vulnerable y por lo tanto, más receptivo. Generalmente sabes que tienes que hacerlo, pero hay mil cosas que te hacen dudar de hacerlo, quizá simplemente es el miedo a lo desconocido, o que no estás seguro de lo que puedes encontrar. Pero, debes hacerlo; no puedes vivir eternamente en un lugar donde no debes estar, en un lugar donde no encajas, en un lugar donde terminaste por error...
  Eso me había dicho la mujer con la que acababa de toparme, era algo tonto pensar en ese tipo de cosas, pero no podía evitar sentirme un poco confusa por sus palabras, algo de lo que me dijo logro llegar a lo más profundo de mi ser, y ahora… no me atormentaba, simplemente me incomodaba un poco. Decidí calmarme, esa mujer podría haber estado ebria luego de un fin de semana de fiestas y copas en exceso; suspire y me cerré la chaqueta, hacía frío… el invierno anunciaba su inevitable llegada. Me agradaba el frío, me gustaba la temporada invernal, era agradable estar completamente cubierto… era un fetiche que tenía desde que era una niña, me disgustaba el calor, siempre quería traer ropa gruesa… sin importar cuánto calor hiciera, o si me hacía daño. Seguí mi camino lentamente, ignorando al resto de la gente que pasaba por ahí, que era realmente poca; quizá por la hora, no mucha gente transitaba las calles del centro histórico a las 6:25 de la mañana, a menos de que trabajara o como yo… fuera a la escuela. Saque los audífonos de mi bolsillo, maldiciendo un poco, por no haberlos sacado antes; quizá con ellos, me habría evitado el disgusto de ese día.
  Saque mi teléfono y le conecte los auriculares, disponiéndome a escuchar música, elegí una canción y guarde el aparato en mi bolsillo, cerrando los ojos ante una ráfaga de viento, que me helo por completo las mejillas. Camine un poco más rápido, para evitar que el frío comenzara a causar estragos en mis manos y pies, era lo único detestable de vivir en un lugar tan frío como Durango. Una ciudad en el norte de México, no era una ciudad fuera de lo común, quizá comparada con otras ciudades del país, como Guadalajara o el Distrito Federal, no era más que un diminuto ranchito que tenia forma de corazón; sin embargo, me agrada el estilo que tenía el centro, algo antiguo y bien preservado a lo largo de los años. Cruce el boulevard 20 de noviembre, y quede frente a la Catedral, esa iglesia siempre me había gustado… era maravillosa… un tanto discordante a comparación con algunos otros edificios, pero… seguramente en sus años mozos había sido, particularmente, espectacular. Seguí por esa acera, un tanto más tranquila, pues el sol comenzaba a dar señales de vida; aun tardaría un poco en llegar a mí, pero… no había prisa. Suspire, volviendo a pensar en aquella mujer…
  Simplemente me había detenido en medio de la calle, con la mirada perdida, y había comenzado a susurrar incoherencias… pero no parecía mirarme a mí directamente, era como si le hablara a alguien más, a alguien que la estuviera escuchando… alguien además de mí. Lo cual era imposible, la calle Juárez estaba desierta en ese momento, a excepción del vehículo que casi nos arrollaba; el hombre que conducía solo nos había maldecido, así que era muy poco probable que nos hubiera escuchado decir nada. Era tonto haberme dejado intimidar por una mujer tan perdida como aquella, sin embargo, ahora estaba preguntándome mil cosas sobre sus palabras; es que, habían sonado tan sinceras, tan honestas… tan llenas de fundamentos… Negué con la cabeza, estaba enloqueciendo también yo, me mordí el labio inferior, sin sentir absolutamente nada, por culpa del frío matinal. Sus últimas palabras eran las que me habían puesto la carne de gallina, yo me sentía exactamente así… que estaba en un lugar en el que no debería estar, donde no encajaba, que estaba en ese lugar por error, por culpa de un terrible error. Cerré los ojos y me pase una mano por el rostro, necesitaba calmarme; no podía seguir pensando esa cantidad de barbaridades, no me llevarían a nada…
-¡Hey, sorda!- me grito Alejandro, mientras me quitaba uno de los audífonos.
-Ah, hola- susurre, a manera de disculpa… más que de saludo. Había llegado a la escuela y ni siquiera lo había notado-. Discúlpame.
-Últimamente has estado así de distraída…- inquirió, mientras se daba la vuelta-, todos los chicos están preocupados por ti.
  Suspire y lo seguí. No era una chica popular entre las mujeres, así que solía rodearme de chicos, era algo poco convencional… pero, mi primo mayor desde siempre me había llamado niña-niño, argumentando que era un niño, atrapado en el cuerpo de una niña; quizá era posible, yo me sentía muy cómoda rodeada de chicos, todos ellos eran… simplemente, chicos. Sencillos, tranquilos, honestos, bromistas… todo lo contrario a las chicas, o al menos a las chicas que conocía hasta ese momento. Subí las escaleras detrás de Alejandro, hasta el segundo piso, luego nos dirigimos a la izquierda y entramos por la primera puerta; la profesora de Ciencias de la Salud aun no había llegado, así que me sentí libre de desplomarme en la primera banca que encontré.
-¡María!- chillo Ernesto, al otro lado del salón.
-Ya te eh dicho que no me llames así- conteste, fulminándolo con la mirada, mientras él reía armoniosamente junto con Daniel.
-¿Dormimos juntos?- pregunto Jorge, mirándome desde el escritorio.
-Ya quisieras- me reí mientras me levantaba y me acercaba a él.
  Me senté a su lado en el escritorio, con él era con quien mejor me llevaba, era alguien sumamente centrado, en casi todo, ya que la escuela no parecía ser algo que lo entusiasmara de sobremanera, sin embargo, desde que los habían cambiado de turno sus calificaciones, suyas y del resto, habían mejorado bastante. Todos me adjudicaban el crédito de eso, pero… yo solo los apoyaba en todo lo que podía, eran mis amigos… significaban mucho para mí.
-Ciertamente, me gustaría- me susurro, cuando recargue mi cabeza en su hombro.
-Sí, claro…- inicie, cerrando los ojos-; y eso haría infinitamente feliz a Tania.
-Ni siquiera la menciones- me dijo, como si estuviera escupiendo veneno.
-¿Qué ocurrió?- le pregunte, alejándome, de forma meramente instintiva.
-Simplemente…- mascullo, quitándose los audífonos-, lo que ya me venía esperando desde hace meses.
  Resople, y lo abrace; sabía que no le gustaba que lo hiciera, pero… no pude evitarlo, yo era una de las pocas personas que sabía cuando la quería, y como le correspondía ella a su amor; era una chica bastante boba al dejarlo ir de esa forma tan infantil, realmente estaba perdiendo a un chico que valía cada gramo de su peso en oro. Si no fuera porque yo vivía enamorada, de alguien que no conocía, quizá me habría fijado en él…
-Todo pasa por una razón- le dije, mientras lo soltaba, antes de que fuera él quien me apartara de su lado.
-Deja tus metáforas para otro momento, Daniela- exclamo, mientras salía del salón…
  Mire su espalda mientras caminaba hasta las escaleras. A veces era tan testarudo, suspire y me acosté en el escritorio, poniéndome ambos audífonos… para ignorar al mundo. Pero Alejandro y Daniel se fueron a sentar a mi lado, quitándome los auriculares.
-No puedes ponerte así cada vez que se porta como un idiota contigo- me dijo Alejandro, sonriendo animadamente.
-¿A ti quien te dijo que estoy mal por él?- le pregunte, sin mirarlo directamente.
-Oh, vamos… Danny- farfullo Daniel, mirándome con complicidad-. Todos saben que te gusta, y que estabas, un poquito celosa de Tania.
-Aclaración: no me gusta, lo quiero… y mucho- murmure, mirando el techo-, pero no niego que Tania me cae mal.
-Dile eso a alguien que te crea…- me susurro Alejandro, bajándose de la mesa, detrás de Daniel-; ya llego la maestra.
  Suspire y baje de la mesa de un salto, volviendo a mi lugar. Jorge había vuelto a entrar al salón, y se veía aun más serio que de costumbre, era como si el frío de afuera hubiera congelado todo lo tierno que yo conocía en él. Trate de no prestarle mucha atención, y mire a la profesora. Era una mujer no muy alta, regordeta, con el cabello increíblemente chino y negro, que usaba arriba de los hombros; era alguien muy dulce, pero… no tenía la presencia que requería un maestro de preparatoria para calmar todo el mar de hormonas que había en el salón, en todos los salones de último semestre. Además, tampoco era sencillo controlar la euforia que provocaba el hecho de que estábamos a 4 meses de graduarnos e ir a la Universidad. Ojala faltara más tiempo, ese hecho también me mantenía sumida en una depresión, con la que apenas podía lidiar para que los chicos no se dieran cuenta… no tenía ganas de preocuparlos por algo tan insignificante, como estar triste; pero, tenía que darles la noticia en algún momento. Los mire, todos estaban charlando animadamente con la profesora, de la exposición que haríamos la semana entrante; este no era el momento, pero… ya llegaría, lo temía.
-¡Danny!- chillo Mayra a mis espaldas, abrazándome-. ¿Dónde te metiste todo el fin de semana?, tengo un millón de cosas que contarte.
-Hola, May- sonreí un poco-. ¿Qué paso?
-¿Ya sabes lo de… y la arpía?- me pregunto, mirando teatralmente a Jorge.
-Sí, me lo dijo hace un rato- conteste, restándole importancia-, pero no me dijo nada más.
  Mayra me miro un tanto irritada, sabía que a ella le disgustaba Tania mucho más que a mí pero… yo no era nadie para juzgar a las personas, ni para ponerme a crear rumores sobre ellas; me levante de mi lugar y me acerque a la mesa de la maestra, para escuchar la conversación, pero entonces un compañero me hablo.
-Oye- me dijo desde su asiento.
-¿Qué pasa?- pregunte, mientras me acercaba a él y al grupo de chicas con las que se juntaba, y con las que yo solía juntarme cuando entramos a quinto.
-¿Nos ayudaras con Calculo?- me pregunto una chica, haciendo un poco de melodrama.
-Sí, Ely… ya les había dicho que sí- me reí, mirándola.
-Es que, Jorge abarca toda tu atención- exclamo Brenda, una muchacha de baja estatura, ojos verdes y cabello rubio, una chica bastante atractiva, que era novia del mejor amigo de Jorge-; por él te olvidaste de nosotros.
-No exageres- me excuse-, sabes que no fue por eso.
  Lo cierto era que yo me había apartado de ellas por culpa de los trabajos en equipo, no me sentía cómoda trabajando a su lado, pues al juntarnos… no trabajábamos en absoluto, siempre terminábamos haciendo otras cosas, y yo terminaba siendo la camarógrafa de todas sus bromas; me había ganado bastantes reprimendas de mi madre y de algunos maestros por ello. Así que, cuando unificaron los grupos, fue mi oportunidad para escapar de ese pequeño núcleo y formar el mío. Regrese a mi lugar, el tiempo se había esfumado, la clase había terminado; y la siguiente clase, yo me había propuesto a ''raptar'' a la maestra Carmina, para hablar con ella sobre lo que estaba pasando. Necesitaba un permiso para ausentarme tres días, para ir a presentar el examen de admisión a la Universidad.
  Los chicos salieron inmediatamente del salón, no sin antes invitarme, invitación que decline con cordialidad, para poder esperar a la maestra con tranquilidad.
-Aun no les dices nada, ¿verdad?- me dijo Mayra, cuando se sentó en la banca que estaba junto a la mía-. ¿Cuándo piensas hacerlo?
-No me presiones, no es fácil- respondí, un tanto nostálgica-. Mayra… ¿crees en la reencarnación?
-¿Volvió la sensación?- pregunto, suspirando ruidosamente.
-Sí, pero… no fue solo eso, no esta vez- le dije, y ella me miro, esperando a que continuara-, de camino me encontré a una mujer, me dijo que tenía que empezar a buscar a ese alguien que me estaba esperando, que no podía quedarme en un lugar donde no encajaba, en un lugar donde no debería estar.
-Creí que habías superado eso al encontrarlos- farfullo, obviamente refiriéndose a Ernesto, a Daniel, a Alejandro y a Jorge.
-Lo cierto es que…- susurre-, siento que encajo un poco con ellos, los quiero mucho… pero, aun creo que esta ciudad, no es el lugar donde debo estar, Mayra…
-De acuerdo- me concedió, antes de volver a suspirar-, entonces, ¿Por qué la idea de irte te sigue pareciendo tan descabellada?
-Porque no es solo la ciudad, Mayra- suspire-, es el país, es la gente… soy yo. No es mi lugar, aquí no es… aquí no está él.
-Quizá ese ''él'', del que tanto hablas- murmuro, mirándome fijamente-, sea Jorge… y tu corazón quiera decírtelo, ahora que está solo.
-No lo creo- admití, encogiendo los hombros-, tengo 3 años conociéndolo, si fuera él… creo que la sensación habría desaparecido…
-No lo sabrás si no lo intentas…
  Carmina entro al salón, vistiendo un saco negro, que mi madre le había hecho, un pantalón del mismo color, y unas botas altas bastante elegantes. Me mordí el labio y me acerque a ella, antes de que alguien más lo hiciera. Ella se sentó detrás del escritorio, y yo me senté sobre la mesa, sabía que a ella no le molestaría mucho que digamos, el hecho de que lo hiciera.
-¿Qué pasa, Danny?- me pregunto, un tanto consternada.
-¿Podemos platicar en privado?- susurre, mirando a todos mis compañeros.
-Claro, vamos a mi oficina…
  La maestra salió del salón, y yo me precipite tras ella; los chicos venían subiendo las escaleras cuando nos encontraron, todos se preocuparon un poco, ya que Carmina también era nuestro maestro asesor; les sonreí e hice un gesto para que no se preocuparan y seguí caminando detrás de la maestra. Carmina era una maestra muy quería en la escuela, y alguien bastante influyente también. Yo en lo personal le tenía mucho cariño, siempre me había apoyado cuando me sentía mal, le debía mucho… le debía no caer en varios colapsos provocados por mis ataques de paranoia, o por la sensación de que tenía que estar en otro lugar. Metí las manos a los bolsillos, mientras bajaba las escaleras detrás de ella.
  Porque mi mente siempre estaba en algún lugar de Inglaterra, no conocía Inglaterra, solo lo que había investigado por internet, cuando íbamos a hacer una exposición para la clase de inglés, conocía por fotos el edificio del Parlamento, era un lugar enigmático, al igual que el Big Ben y el río Támesis; era como si los conociera, cuando los vi… tuve la sensación de deja vú, una sensación que no me dejo tranquila por meses. Ni siquiera podía conciliar el sueño en las noches, lloraba incansablemente, rogando poder huir hacia ese lugar que me parecía tan terriblemente familiar, la gran interrogante era: ¿Por qué? Choque de frente con un chico que me sacaba más de 15 centímetros de estatura, era rubio, de ojos color miel, sin querer… al chocar note su cuidada musculatura… no muy exagerada, pero sí bastante atractiva; su nombre era Ernesto, estudiaba la especialidad de Administración, y era de mi edad. Era un chico por el que más de una estudiante se desmayaba, y su atractivo… se comentaba, incluso, entre las maestras de la preparatoria.
-Lo siento- me disculpe, alejándome.
-Yo lo lamento, la culpa fue mía- me dijo, algo apenado, tomándome del brazo-, ¿estás bien?, permíteme recompensarlo.
-No, no…- lo mire, avergonzada-, estoy bien, en serio.
  Carmina ya había entrado a su oficina, y yo tenía que seguirla o no podría hablar con ella. El chico me miro atentamente, cuando apresure el paso y entrar, antes de que la maestra cerrara la puerta tras ella. Me senté cerca de ella, mientras ella encendía su computadora.
-¿Qué ocurre?- me pregunto, mientras esperaba a que terminara de encender.
-Bueno… pues…- susurre, ordenando mis ideas-. Voy a presentar el examen de admisión en la Universidad Veracruzana.
-Me alegro mucho por ti- admitió, sonriendo-, es una buena escuela… pero, ¿Qué te incomoda?
-El hecho de dejar todo lo que tengo aquí- respondí, mirando por la ventana.
-Daniela, siempre me has dicho que no encajas aquí…- susurro, odiaba que usaran mis palabras para dejarme clara una cosa-, quizá sea una oportunidad, para encontrar tu verdadero camino… a menos de que lo que te incomode sea, dejar a Jorge.
-¡No!- gemí, irritada-. Él es importante para mí, pero nunca lo veré de esa forma, y menos ahora… además, sentir que no encajo no tiene nada que ver con la cuidad… es el país entero.
-¿Cómo puedes estar tan segura de eso?- insistió, volviendo su vista al monitor.
  Volví a morderme el labio, esta vez recibí como respuesta un ligero pinchazo, no podía decirle a Carmina las hipótesis que ya había formulado en mi cabeza, me bastaba con que mi madre insistiera en que estaba perdiendo la cabeza, por encapricharme a la oportunidad de quedarme.
-No lo sé- encogí los hombros-, pero… necesito un consejo.
-Dime…
-¿Cree que estoy equivocada, al no querer irme?
-¿No fuiste tú quien dijo que debes seguir las pistas que te da la vida cuando estás vulnerable, que solo eso te guiara a la persona que te está esperando?- también odiaba que me respondieran una pregunta, con otra… pero, las palabras de la mujer de antes volvieron a mis pensamientos violentamente.
  Sentí que no podía respirar, todo daba vueltas, estaba mareada. Lo que había dicho esa mujer, era solo el eco de algo que yo misma había dicho, un año atrás… mientras asistía a terapia psicológica, por insistencia de mi madre; todo lo que esa mujer me había dicho, yo se lo había dicho a Carmina y la psicóloga de la prepa: Brenda. ¿Cómo podía ser posible que ella lo supiera?, ¿Por qué no reconocí cada palabra mientras las pronunciaba?, ¿Qué me había llevado a olvidar algo así? Deje de sentir la silla en mi espalda, tenía nauseas… me iba a desmayar.
  Vi el rostro asustad de la maestra Carmina cuando me desplome frente a ella, agarrándome la cabeza, y con los ojos anegados de lágrimas. Esto había pasado porque necesitaba recordar, recordar algo que había dicho y había olvidado, estúpidamente…
  La calidez de su cuerpo estaba detrás de ella, como si durmiera plácidamente, a su lado; pero ella no dormía, estaba mirando a un bebé. Un pequeño recién nacido, con el cabello completamente negro, y la piel tan blanca como la suya.
  Acaricio el rostro del bebé, y este respondió al tacto con un, apenas perceptible, movimiento; ella sonrió alegremente.
-Tan hermoso como su madre- susurro una voz en su oído.
-Más bien, como su padre…- contesto ella, aun sonriendo.
  Le era imposible verle el rostro, solo podía ver sus labios, pero poco importaba. Estaba completamente feliz con él. Los labios de él se fundieron con los suyos en un beso apasionado, que la hizo arder por dentro; ella se aferro a su camisa, sin poder dejar de besarlo, y él ciño la mano a su cintura. Al terminar, ella río mientras volvía la mirada al pequeño que dormitaba, ignorando todo lo que ocurría a su alrededor. Beso su frente, y él volvió a abrazarla. Ese calor que emanaba de su cuerpo era todo lo que necesitaba para reconfortarse e ignorar la nieve que caía tranquilamente, creando un bello paisaje nevado que se extendía hasta el Big Ben…
-¡Daniela!- grito la maestra en mi oído.
-No te vayas…- susurre, en voz muy baja, sintiendo como el calor que había en mi espalda desaparecía demasiado rápido como para disfrutarlo.
  Carmina me ayudo a incorporarme. Estaba algo molesta con el hecho de haber despertado, pero… tampoco encontraba lógica a lo que había pasado, quizá si estaba enloqueciendo, eso no era para nada normal… Me senté de nuevo en la silla de la que me había caído;  la profesora me ofreció un vaso con agua, que bebí como si tuviera varios meses sin beber agua. Ella me miraba preocupada, y esperaba una respuesta, una respuesta a una pregunta que no había necesidad de formular, pero… una respuesta que yo desconocía totalmente, porque… ¿Qué iba a decirle?, me desmaye porque encontré a una anciana esta mañana que me recordó lo que le conté el año pasado durante la terapia, a si… y mientras estaba inconsciente vi a un bebé, a mí bebé, y a un perfecto desconocido, que me hizo sentir en casa por primera vez. Era como si todo el amor que sé que tengo le perteneciera a él, y solo a él. Era una estupidez, no iba a contarle eso; mejor dejarlo así y culpar a la falta de comida, por mi desmayo, si… esa era una mejor idea, y haría que no me tachara de esta completamente loca.
-¿Estás bien?- me pregunto.
-Sí, yo… últimamente no me eh alimentado bien, quizá por eso me desmaye- sonreí, bebiéndome el resto del agua, para evitar alguna objeción.
-Quizá debas marcharte a casa- me aconsejo.
-No, estoy bien, en serio- objete-, además necesito el permiso, para hoy… porque mañana me voy.
-Descuida, yo saco el permiso y se lo doy a Jorge para que se lo presente a los maestros- prometió, mientras me levantaba de la silla.
-Muchas gracias…
  Me dedico una cálida sonrisa, y luego salí de la oficina. ¿Cómo diablos había pasado eso?, ¿Por qué sentía una nueva llama en mi interior, una llama que creí extinta?... subí los escalones, uno a uno, esperando que las respuestas llegaran a mi cabeza con el tiempo. Pero, en el fondo sabía que esas preguntas no se iban a responder por gracia y obra del destino, yo tenía que ponerme a buscar respuestas, y otra cosa me dijo que en México… nunca encontraría nada. Ninguna referencia sobre lo que necesitaba, simplemente estaba aquí, porque me había tocado nacer aquí; probablemente tenía que aprender algunas cosas, antes de aventurarme a lo que estaba buscando. Volví al salón, todos cuchicheaban sobre irnos, cuando entre… Jazmín ya no estaba en el salón, seguramente había ido a pedir permiso al resto de nuestros profesores, para poder irnos sin tener problemas por ello. Mayra salió del salón, arrastrando a Daniel y a Jorge, yo me reí al ver las expresiones de ambos, y luego las de Alejandro y Ernesto.
-Vamos a ir a casa de Jorge a hacer pizza y a ver películas- me dijo Alejandro, extendiendo la mano para darme mi mochila-, ¿quieres venir?
-¿Estás seguro de que fui invitada?- pregunte, colgándome la mochila y siguiéndolos.
  La misma pregunta sonó estúpida cuando la repetí dentro de mi cabeza, si iba Mayra era porque… yo también tenía que hacerlo, de una forma u otra… necesitaban a alguien que mediara las discusiones entre Mayra y Jorge; suspire mientras acortábamos la distancia entre nosotros y la puerta. Cuando salimos, yo vi un automóvil, bastante familiar, sonreí animadamente cuando la puerta del conductor se abrió.
-Los alcanzo en la casa de Jorge, ¿sí?- le dije a Ernesto mientras cruzaba la calle.
  Él asintió, y se apresuro a alcanzarlos mientras yo me precipite a ver a mi mejor amiga mientras ella cerraba la puerta de su Tsuru plateado. La abrace lo más fuerte que pude, a lo que ella respondió de la misma forma, era más alta que yo por varios centímetros y era tan delgada como yo, aunque yo había nacido, según sus propias palabras, con más atributos que ella. Me quito la mochila y la lanzo al asiento trasero por la ventana.
-Cuanto tiempo sin verte, hermanita- sonrió ella, volviéndome a abrazar.
-Sí, te pierdes con demasiada cotidianidad para mi gusto- respondí, abrazándola también-, Ágar.
-Mira quién habla- gimió ella, antes de echarse a reír-, no contestas mis llamadas, tuve que preguntarle a tu madre cuando presentabas el examen para la universidad.
-Ni me lo recuerdes…- susurre, mirando a otro lado.
-Oh, vamos…- dijo ella, obligándome a mirarla-, no me digas que luego de todas tus reprimendas por mis tantos miedos va a resultar que tú eres una cobarde mayor. Es una oportunidad espectacular, Daniela- me recordó.
-¿Y si repruebo?- inquirí, desviando la plática a otro lado.
-No vas a vivir pensando en el hubiera, ¿verdad?- me miro con autoritarismo-. ¿De qué otra forma vas a viajar a Londres?
  Su pregunta me cayó como un balde de agua fría, no cabía duda de porque yo la veía como a mi hermana mayor, ella siempre cuidaba de mí y me hacia recapacitar cuando estaba a punto de cometer un error terrible. Ella tenía razón, yo había prometido ir a Inglaterra, a buscar eso que me estaba llamando desde hace años, pero no podía evitar sentirme abrumada con el hecho de dejar todo lo que significaba algo bueno para mí; no era sencillo, y además la extrañaría. Ágar abrió la puerta de su auto y espero a que yo ocupara mi sitio, justo a su lado; era muy reconfortante ver que mi amistad con ella estuviera intacta, aunque… creo que ese era el menor de mis problemas. Nuestra amistad había sobrevivido a muchas más cosas, a muchos años y varias experiencias, que… quizá si se tratara de otra persona, no habríamos sobrevivido a ellas; y ahora, nos queríamos como hermanas, yo la adoraba… y era la primera persona a la que acudía cuando me encontraba en dificultades.
-¿Algo nuevo sobre tu amante desconocido?- pregunto, mientras conducía por la calle Guadalupe, para salir a Las Alamedas.
-No mucho…- admití, mirando al frente… recordando lo que había visto en la oficina de Carmina-, aun no puedo ver su rostro.
-Vaya que es escurridizo entonces- sonrió ella-. ¿Quién es el chico al que jalaba, Mayra?
-Jorge, mi compañero- respondí, detectando inmediatamente el giro que daría nuestra conversación.
-¿Por qué no?...- susurro, escabulléndose detrás de un autobús por la calle Allende.
-¡Porque no!- estalle, moviéndole el volante para evitar que chocara-, es mi amigo… y empieza a irritarme todo este asunto.
  Ella río animadamente, era un tanto extraña cuando estábamos juntas, pero… desde que éramos niñas a ella siempre le había parecido sumamente gracioso verme enojada; casi tanto como a mí verla estresada. Me hundí en el asiento, mientras ella tomaba el Boulevard Domingo Arrieta, conduciendo a la casa de Jorge, que aun no me explicaba como sabía dónde se encontraba, pero… decidí pasarlo por alto, mire por la ventana cuando pasamos junto al CECATI 91, una institución que preparaba a los estudiantes para el trabajo, enseñándoles una profesión; y el lugar dónde mi prima tomaba clases de inglés. Luego cerré los ojos, odiaba sentirme así… estando al lado de Ágar me sentía bastante cómoda, tanto como cuando estaba cerca de Jorge o de mi hermano, Charlie… pero, a pesar de eso, seguía sintiéndome excluida de todo lo que esta cuidad representaba. Mi amiga entro por la calle que nos llevaría directamente a la casa de Jorge y doblo por una esquina.
-¿Quieres quedarte?- le pregunte, antes de tomar mi mochila.
-No, y deja eso…- sonrió animadamente-, voy a tu casa a saludar a tu madre y a recoger a Charlie… la dejo hay.
-Muchas gracias- conteste, abriendo la puerta, antes de percatarme de que Jorge miraba con recelo por la ventana.
-Ve, te están esperando…- susurro mientras bajaba-, por cierto… no olvides decírselos ya…
   Estuve a punto de gritarle, pero el motor del auto ya estaba en marcha y mí adorada amiga ya había arrancado, así que las palabras murieron en mis labios; tuve que conformarme con tragármelas y entrar a la casa de Jorge, todos habían salido a verme… pero ninguno conocía el auto de Ágar, nadie imaginaria que se trataba de ella… pues apenas, hace unos meses conducía una Lobo negra y ahora se movía en un Tsuru del año pasado. Entré, sin mirar a nadie, no tenía ánimos para aguantar el bombardeo de preguntas, que estaba segura que llegaría de un momento a otro; mi visita a Carmina, mi ''aparente'' huida, y mi llegada a esa casa en un automóvil completamente desconocido… eso era más que suficiente como para que todos se preguntaran, ¿Qué andaba mal conmigo?
-¿La pizza esta lista?- pregunte, una vez que todos entraron detrás de Jorge y de mí.
-No, te estábamos esperando- grazno él, mirándome fijamente a los ojos.
  Me estremecí, no era la primera vez que notaba su hostilidad, pero si era la primera vez que su hostilidad estaba dirigida a mi… completamente. Y me incomodaba. Trate de relajarme, destensando los músculos de mi espalda, girando mi cuerpo para encararlo.
-¿Qué esperamos?- inquirí, sonriendo falsamente-, manos a la obra.
   Los hombros de Jorge cayeron de su posición, casi, tan rápido como habían subido, y luego… curvo los labios en una sonrisa casi imperceptible; sin duda era lindo, muy lindo… alto, de piel blanca, casi pálida, los ojos de un centelleante marrón, el cabello castaño oscuro… que él prefería usar largo, aunque en la escuela no lo permitieran, eso lo hacía lucir rebelde, pero al mismo tiempo sumamente atractivo. Tenía un carácter algo difícil, sumamente sarcástico y algo frío… pero tenía su lado tierno. Mayra camino a la cocina y me ayudo a preparar la harina, mientras yo ponía agua a calentar, los chicos se pusieron a jugar en la consola de PlayStation que Jorge tenía en la sala, mientras nosotras nos dedicábamos a cocinar.
-Estaba celoso- me susurro Mayra, mientras se acercaba a mí.
-Sí, claro…- respondí, restándole importancia.
-Es en serio- rezongo ella, parándose frente a mí.
-¿Qué se supone que debo responder?- le dije, mientras la miraba-, era Ágar… ¿quieres que vaya y le explique?
-No tienes porque ponerte así…- susurro ella.
  Esto estaba mal, estaba enojada y ni siquiera sabía porque, quizá el viaje realmente estaba causando estragos en mi persona, me mordí el labio inferior y mire el suelo, era hora de soltar la bomba… si no, no lo haría nunca.
-Chicos…- susurre, apenas dos octavas más alto de lo necesario.
  Todos me miraron, mis piernas temblaron un poco y fui incapaz de mirarlos a los ojos, Mayra me tomo de la mano, ella sabía lo que estaba a punto de revelar, y sabia cuanto me lastimaba hacerlo, sin embargo, no tenía otra alternativa. Ellos lo sabrían, sabrían que iba a marcharme… y le dolería el hecho de no habérselos dicho antes de viajar.
  Me arme de valor y alce la mirada, todos estaban confundidos, muy confundidos, y esperaban expectantes a que yo hablara, pero… era como si las palabras se quedaran atoradas en mi garganta, las lágrimas empezaban a arder en mis ojos, y tuve que apretar la mano de Mayra para no caerme.
-Yo…- susurre, antes de que Mayra tomara la palabra.
-Daniela quiere decirles que mañana va a Veracruz a presentar el examen de admisión a la Universidad Veracruzana- dijo ella, abrazándome.
  Vi como los músculos de Jorge volvieron a tensarse debajo de su playera.
-¡¿Qué?!- dijo sin ocultar su, más que evidente, molestia.
-No empieces a alterarte, ¿quieres?- le dijo Mayra poniéndome detrás de su menudo cuerpo.
-No te alteres, Ben…- le dijo Ernesto, poniendo la mano sobre su hombro.
-¿Podemos hablar en privado?- pregunto, mirándome fijamente.
  Asentí lentamente, mientras él caminaba a su habitación, no era la primera vez que entraba a ese lugar, pero si fue la primera vez que me pareció tan grande y lúgubre; él se desplomo en la orilla de la cama, mientras yo me recargue, tímidamente, en la pared. Cubrió su rostro con ambas manos, y suspiro largamente.
-¿Por qué?- fue todo lo que dijo, desarmándome por completo.
-Porque mi madre se va, y Charlie se va- respondí, sin poder mirarlo-. No tengo otra opción.
-Claro que la tienes, puedes quedarte aquí si quieres- agrego, clavando su gélida mirada en mi cuerpo.
-Tú no tienes ninguna responsabilidad sobre mí- le dije, mirándolo.
-Te quiero…- gimió, levantándose y poniéndome contra la pared… era una cabeza más alto que yo, y su brazo, firmemente, recargado contra la pared logro intimidarme-, ¿no es suficiente?
-No se trata de quererme o no- resollé, tragando saliva, procurando que no lo notara-, tú y yo solo somos amigos…
-Y lo somos porque tú quieres que así sea- me atajo, acercando su rostro al mío lentamente.
  Sentí como la sangre llegaba a mis mejillas y las iluminaba con un suave rojo, que denotaba mi nerviosismo y mi creciente confusión, ¿Por qué estaba tan cerca?, hacia menos de una hora me había dicho que su relación con Tania, que llevaba más de un año, había finalizado dramáticamente por culpa de una duda que lo asechaba desde hacía unos meses. ¿Era yo la causante de todo eso?, mi corazón se estremeció ante la idea… lo aleje de mí y me acerque a la ventana de su habitación, buscando un poco de aire, y serenidad. Él me miro, desde donde lo había dejado, torciendo los labios en una sonrisa, casi indescifrable, era del tipo de chicos que no estaban acostumbrados a los rechazos, pero… yo no podía dedicarme a cumplir con sus expectativas, lo cierto era que  lo quería, como a mi mejor amigo… pero no podía verlo de otra forma, no con esos sueños asechándome cada noche, gritándome que alguien me estaba esperando, al otro lado del océano Atlántico. Abrace mi cuerpo, sintiéndome completamente vulnerable, él era más alto y más fuerte que yo, pero sabía que él jamás me haría daño, sin importar lo que pasara, él estaba dedicado a protegerme… de una forma extraña lo sabía.
  El silencio se volvió incomodo entre nosotros, al otro lado de la pared podía escuchar los cuchicheos de nuestros amigos, seguramente, formulando mil y un ideas sobre lo que estaba ocurriendo en la habitación en ese mismo momento; a mi favor tenía, que no era mi estilo acabar encamada con mi mejor amigo en cada oportunidad que estuviéramos a solas. No era la primera vez que lo estábamos, de hecho… siempre añorábamos tener momentos a solas, aunque eso no hiciera feliz a su madre, o a la mía, y mucho menos a mi hermano. Ellos no se agradaban en absoluto, y yo sabía que a Charlie le haría muy feliz que yo me alejara de Jorge, sin embargo… nunca había hecho nada que satisficiera los caprichos de mi hermano. Él me abrazo por detrás, no era alguien que adorara que lo abrazaran, pero cuando él lo hacía, era porque realmente tenia la necesidad de hacerlo. Esto era demasiado confuso, yo no podía terminar de creer que él me viera de esa manera, yo simplemente… no quería que la despedida fuera más dura, el hecho de que yo estaba a punto de irme a estudiar a 20 horas de distancia, y encima aceptar tener una relación con él… era como estar jugando con fuego, estando demasiado propensa a quemarme. Cerré los ojos y suspire, girando lentamente, sin que él pensara en soltarme.
-Tenemos que salir…- susurre, sin alzar la cabeza-, deben estar pensado un millón de tonterías.
-No me importa lo que piensen, sea lo que sea…- inicio, y alzo mi rostro… poniendo un dedo en mi barbilla-, cualquier cosa que piensen… me moriría de ganas de que fuera real.
-No piensas con claridad- masculle, sintiendo como sus ojos escudriñaban cada parte de mi interior, ahora me había parecido estúpido permitir que él conociera tanto sobre mí…
  Sonrió santurronamente, antes de plantarme un beso en los labios, estaba acorralada entre la ventana y su cuerpo, con sus brazos alrededor de mí; era incapaz de moverme, quizá muchas otras chicas habrían matado por tener una oportunidad como la mía, sin embargo, yo no sentía nada con ese beso… él no era la persona que yo estaba esperando, no era la persona que tenía que ir a buscar, simplemente… era mi mejor amigo. Puse mi puño contra su pecho y lo aparte con toda la ternura que pude; no era quien para herir sus sentimientos, pero tampoco podía matar los míos… que de por sí, parecían agonizar con cada minuto que pasaba, debatiéndome entre mi viaje, el cariño que tenía por mi cuidad, el amor a mi familia, a mis amigos… y mi posible futuro en Londres. Es demasiado para mí… pensé, cuando él se alejo de la habitación… con aire derrotado. No podía permanecer hay más tiempo, era como darle falsas esperanzas y era lo que menos pretendía, saque el teléfono de mi bolsillo y me acerque a la puerta.
-Tengo que irme… mi madre quiere que la acompañe a comprar los boletos- mentí, de una forma completamente convincente.
  Ninguno pareció creerme, al parecer Jorge ya les había dicho todo, no era tan descabellado… entre ellos no había necesidad de palabras, parecían comunicarse solo con la mirada, y eso me aterrorizaba en ciertas circunstancias. Pero en este momento, lo único que quería era salir corriendo de ahí, no era del todo mentira que tenía que ir con mi madre para comprar los boletos, aunque realmente… ese no era mi deseo, ni el plan que había trazado para el día de hoy. Cerré los ojos y camine a la salida, nadie me siguió, por lo que me sentí un poco relajada por ello, metí las manos en los bolsillos del pantalón y camine por la calle… El sol estaba en lo alto, lamiendo mi piel con ese típico calor seco que caracterizaba a Durango. Yo iba a extrañar todo esto, no me veía viviendo en la costa, donde frecuentemente la humedad te juega bromas pesadas, donde el clima hacia lo que le venía en gana… no me agradaba esa idea, yo era más bien una fanática del frio, el otoño, el invierno, y los primeros meses de la primavera… eran mis épocas predilectas del año… Suspire, el solo quemando mi piel paulatinamente me hizo apretar el paso. Quería llegar a mi casa, seguramente Ágar aun estaría ahí, eso me hizo sonreír… me sentía muy cómoda saliendo con Ágar y mi hermano, con ellos estaba rodeada de mi familia, una familia cariñosa y sumamente tierna, que solo se preocupaba por mi bienestar, aunque dentro de mi cabeza… en mi definición de bienestar se encontraba la palabra: Londres, en letras rojas y titilantes. Quizá estaba enloqueciendo, de hecho mi madre ni siquiera estaba enterada del ferviente deseo que había crecido en mí por viajar a Inglaterra, creo que de saberlo… se negaría rotundamente a que lo hiciera.
  Doble en la esquina que daba directamente hacia mi casa, desde ahí, evadiendo los árboles, pude ver con claridad el Tsuru de mi mejor amiga, eso dibujo una sonrisa animada en mi rostro y me apresure a llegar, casi estaba corriendo, lo supe cuando mi reflejo en la ventana de un auto; mi cabello ondeaba con el aire. Realmente yo no era nada espectacular, era bonita… tenia la piel blanca, el cabello negro, total y completamente lacio, que llegaba casi hasta la mitad de mi espalda; mis ojos eran grisáceos con un tono azulado, un tanto anormal -nadie en mi familia lo tenía-, pero a mí me encantaba; era delgada, no completamente escuálida, pero guardaba una buena complexión física, a pesar de no ser una fanática de los deportes. Sonreí más abiertamente cuando abrí la puerta, mi madre estaba cocinando pescado empanizado, Ágar le estaba ayudando, y Charlie me miro desde el sofá… con una mueca en el rostro. Él sabía de dónde venía, y no le agradaba ni un poco esa noticia.
-¿Ese idiota no puede ni siquiera acompañarte?- pregunto, sin despegar su vista de mi cuerpo.
-No voy a discutir contigo de eso- respondí, recordando el beso que me había dado.
-Tendrás que hacerlo…- inquirió levantándose, un segundo antes de que Ágar le lanzara las llaves de su auto-. Tenemos que ir a la central por los boletos.
  Me mordí el labio inferior, procurando que no lo notara, o mínimo… que le costara un poco de trabajo. Salí tras él, aun no muy convencida con lo que estaba a punto de hacer, subí al asiento del acompañante y él tomo su lugar detrás del volante.
-Olvida tu idea de mirar por la ventana e ignorarme- declaro, metiendo las llaves al contacto-. Sabes que no me agrada… no puedo evitarlo.
-No tienes que insultarlo- resollé, mirando hacia el frente mientras él encendía el motor-. Sabes que es mi mejor amigo, tú eres mi hermano… pero no puedo contarte cada movimiento que hago.
-¿Segura?- insistió, deteniendo el auto a media calle.
-Charlie…- gemí, asustada al ver la camioneta que se aproximaba.
-Con un demonio, Daniela- siseo, apartándose, justo a tiempo para evitar el impacto-. Sé que ropa interior estas usando en este momento, no me vengas con que no conozco nada sobre ti.
  Era un argumento que no podía refutar, Charlie… además de ser mi hermano, era mi mejor amigo, mi confidente… y la única persona en la que podía confiar cuando nadie más me respaldaba, lo cual… sucedía con cierta cotidianidad; en más de una ocasión habíamos llegado a la conclusión de que si no hubiéramos sido hermanos, quizá habríamos sido una estupenda pareja…
-¿Te ilusiona mucho el viaje?- pregunte, cambiando drásticamente de tema.
-Tanto como a ti- respondió sin despegar los ojos de la calle-, pero… es por el bien de mamá, quizá sea nuestro último sacrificio por ella.
-Se perfectamente cuanto le debemos a mamá…- susurre, yo sabía que mi madre se había esforzado al máximo para sacarnos adelante, luego de que mi padre la había abandonado-, creo que me sentiré mal cuando tome ese avión.
-Ella debe comprender- me contesto, un poco más animado-. Te ama, Danny… tanto como yo, y tanto como todos tus amigos. Eres alguien que no se encuentra todos los días, y nuestra madre sabe a la perfección tu sentir…
-Pero también sabe que puede resultar mal- inquirí, haciéndolo recordar lo mismo que yo.
  Nuestro padre había venido de España a buscar a alguien, creyó que ese alguien era mi madre, pero resulto que no era así… nos dejo por seguir a una completa desconocida que se le cruzo en el camino durante nuestras vacaciones a Puerto Vallarta; mi madre se había negado a creer en el destino desde ese día. Quizá lo que yo quería le parecería una estupidez…

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