El tiempo pasaba demasiado rápido estos últimos días, no era capaz de
disfrutar al máximo de los pequeños momentos que pasaba con Damien a solas.
Desde la discusión con Josep yo me había marchado de la casa que compartía con
mis hermanos, era curioso… aun consideraba a Josep como mi hermano pequeño,
jamás pude verlo como un serafín. Ahora mi forma de despertar era por el sube y
baja del pecho de Damien, mientras respiraba acompasadamente a mi lado,
abrazándome… en aquella cama de ensueño en la que había despertado una vez,
hacia un par de meses. Aunque ya solo veía a Victoria en la Facultad, no me
molestaba haberme convertido en, algo así, como una esposa y ama de casa;
disfrutaba de la monotonía que nos ofrecía la casa de Damien. Dentro de
aquellas paredes no existían demonios, daimones
o ángeles, simplemente éramos nosotros dos, viviendo el sueño de muchas parejas
de vivir juntos, sin las ataduras de un padre o una madre repitiendo
incesantemente que esto no nos llevaría a nada bueno.
Yo me estaba totalmente desapegada de mi madre y de Christopher, y sobre
los padres de Damien… sólo podía adivinar que estaban muertos, ya que nunca
hablaba de ellos, ni de ellos ni de su hermano. Era algo que me inquietaba,
pero trataba de restarle tanta importancia como podía. A decir verdad, no
necesitaba saber nada de ello. Amaba el presente, aunque estuviera un poco
hueco por la ausencia de las persona que me habían acompañado toda mi vida, y
que ahora, me temía, sentían todo menos aprecio hacia mí.
Hoy era día de entrenamiento, Damien ahora era el encargado de
entrenarme… para tener más resistencia física, y me enseñaba a pelear; con el
tiempo las lecciones habían ido en aumento, ahora tenía músculos en el abdomen
y los brazos. Con el paso de los días las lecciones de historia, sobre todos
los seres que habitaban en la Tierra me maravillaba aún más; aun no comprendía
como siendo tan poderosos, el común
acuerdo entre los enemigos había sido luchar cuerpo a cuerpo, con espadas.
Existía quien rompía las reglas y utilizaba todo a su alcance para matar a su
contraparte.
No todos los ángeles eran buenos, ni todos los demonios eran malos. El
contacto directo con los humanos los había orillado a actuar como ellos, aunque
sus emociones no fueran del todo reales, ellos llegaban a creerlas y por tanto
hacían que los que los rodeaba las creyeran también.
-Pon atención- me reprendió Damien,
mientras extendía su mano frente a mí para ayudarme a levantarme-. Estas
distraída, ¿Qué piensas?
-Estoy cansada…- admití, tomando su
mano.
-Si logras derribarme en los próximos 10
minutos…-susurro, sin soltar mi mano-, quizá considere premiarte- esto último
me lo dijo al oído, antes de atrapar el lóbulo de mi oreja con sus labios,
haciendo que toda mi piel se erizara.
-Con ese tipo de motivación…- murmure,
antes de suspirar-. Siento que incluso podría matar a un demonio.
-No digas tonterías- resolló, antes de
morderme suavemente el cuello-. Ahora… anda, inténtalo.
Me soltó con cierta violencia, haciéndome dar un traspié, yéndome de
bruces contra el suelo, apenas había sido lo suficientemente rápida para
reaccionar y flexionar una rodilla para caer sobre ella. Esa era su forma de
desestabilizar mi memoria, cuando ya me encontraba concentrada, pero no me
importaba; me levante, justo a tiempo para retener un golpe que lanzo contra mi
rostro… siempre me había parecido imponente su manera de pelear, aunque
ignoraba que tanto se reprimía para no herirme. Retrocedió y arremetí, pateando
en dirección a sus costillas; apenas había logrado bloquearme con la mano
izquierda, cuando me incline y volví a patear, dándole de lleno en la mejilla;
la energía potencial del golpe lo hizo retroceder un par de pasos, pero sujeto
mi tobillo, atrayéndolo con él, haciéndome caer de espaldas. Subió sobre mi
cuerpo, aprisionando mis muñecas sobre mi cabeza; saco una pequeña navaja de su
cinturón y la deslizo lentamente sobre mi abdomen, rasgando la tela a su paso;
yo sabía que cualquier movimiento, por calculado que estuviera, si tocaba mi
piel, la cortaría. Me dedique a mirarlo, inmóvil, esperando que la navaja
estuviera a una distancia prudente de mi cuerpo.
-Haz mejorado, lo reconozco- me dijo,
mirando el recorrido de la navaja-. Pero aun eres lenta… ya estarías muerta de
ser cualquier otro tu oponente.
-Si no mejoro es porque tú te reprimes
cuando peleas conmigo- susurre, con un dejo de ironía-. Mientras tengas miedo
de lastimarme, me quedare estancada aquí.
El sonido del metal de la navaja chocar contra una roca me distrajo
momentáneamente, hasta que su mano reemplazo el arma e hizo contacto con mi
piel. Mi corazón se aceleró violentamente, haciéndome soltar un jadeo.
-Sabes que no puedo lastimarte, Cora-
murmuro, clavando su mirada en mis ojos-. No me lo perdonaría.
-Entonces enséñame a sanarme- le dije,
tratando de no perder la cabeza.
-Eso es algo que no puedo hacer, los
principios de sanación que rigen a tu especie difieren de los que rigen a la
mía- su mano se encontraba peligrosamente cerca del borde de mi sostén, eso me
obligo a morderme el labio inferior.
Él sabía lo que causaba en mí cada vez que me tocaba y lo usaba
deliberadamente para distraerme y confundirme; río con ganas y me soltó,
levantándose y dándome la espalda. Me levante rápidamente, tomando la navaja
con una mano, dejando caer mi blusa al suelo; pase una mano por su costado,
dejándola en su pecho, mientras la mano con la que sostenía la navaja, la pase
violentamente junto a su cuello, dejándola sobre su garganta; en el proceso
había cortado un mechón de su cabello, que caía lentamente al suelo.
-Estás muerto- le dije al oído, aunque
me sacaba poco más de 10 centímetros de estatura.
Subió su mano hasta mi muñeca y me quito la navaja con delicadeza, sin
girarse hacia mí. Su respiración era tranquila, así que descanse mi cabeza
contra su espalda; había sido merecedora de mi recompensa, en nuestro juego… le
había ganado.
-Debo reconocer que fuiste inteligente-
susurro, aun acariciando mi mano-. Jamás pensé que aun seguías metida en tu
papel.
-A veces aprovechar las distracciones
sutiles, puede salvarte la vida- le dije, citando lo que me había dicho en uno
de nuestros primeros encuentros.
Se giró hacia mí, tan rápido que fui incapaz de mover las manos de donde
las tenía, pero él puso las suyas en mi cadera, levantándome en peso. Enrede
mis piernas en su torso y lo mire a los ojos, también había aprendido a mirarlo
sin perder la cabeza, aun me quedaba lograr controlarme cuando me tocaba, pero
iba por buen camino ahora, o eso pensaba.
-Hoy tendremos visitas- me dijo,
mirándome a los ojos-. Espero que no te moleste compartir la mesa con Epifron e
Hybris.
-En absoluto- le dije, aunque Hybris aún
me provocaba sentimientos encontrados, tenía la idea de que si no me cruzaba en
su camino, jamás me notaría-. Ya estás lista para saber los planes que tenemos
y decidir si participaras en ellos. Debes tomar una decisión importante.
Yo sabía a qué decisión se refería, el hecho de decidir qué camino seguiría,
era una decisión que me concernía a mi solamente, debido a que mantenía el
libre albedrío de los humanos, y era enteramente capaz de tomar un bando
únicamente, o guiarme por la delgada frontera entre uno y otro, así como lo
hacían los daimones. No estaba segura
de lo que decidiría, no concia de primera mano las acciones de los demonios en
la Tierra, y ahora sabía que los sermones religiosos no eran otra cosa más que
humanos tratando de convencer a humanos, y que la gran mayoría de los
sacerdotes estaban influenciados por alguien de las legiones y no
necesariamente por alguien de las jerarquías; usaban la hipocresía para
controlar las mentes humanas y orillarlas al pecado, ofreciendo el perdón
divino para cualquier acto malévolo que cometieran; sin duda, los demonios no
necesitaban perdonar, ni ser perdonados, iban por el Universo sin regirse por
sus leyes. Nada les importaba, nada los hería, eran seres superiores,
atemporales, que usaban a los humanos como una distracción para la monotonía de
la eternidad. Sin embargo, ¿en que eran diferentes los ángeles? Ellos también
vertían su atención a los humanos, para escapar de la monotonía de hacer el
bien todo el tiempo; los ángeles tenían un lado cruel, eran incapaces de
otorgar una segunda oportunidad a quienes ellos consideraban que había cometido
un error, no ofrecían perdón ni salvación… solo seguían las reglas, reglas que
a mi criterio carecían de sentido y les restaba credibilidad como seres de luz.
Era complicado decidir qué bando era menos malo, lo único que me
mantenía tranquila era balancearme entre uno y otro, sin dar el paso definitivo
a ninguno; quizá mi destino era ese, no salvar a nadie, pero tampoco perjudicar
a nadie. Aunque eso fuese solo mi manera de estar cómoda con lo que sucedía a mí
alrededor; era obvio que tenía que decidir, de lo contrario… seguía en la
negación, como Josep lo había propuesto hace algún tiempo en aquella habitación
de hotel.
Damien y yo volvimos a la casa tomados de la mano, en silencio, como
cada día después de los entrenamientos; ignoraba que era lo que pasaba por su
cabeza en esos momentos, para mí eran los minutos en los que debía sacar de mi
cabeza todo lo que tuviera que ver con seres místicos y realidades fantasiosas;
eran los minutos en los que volvía a convertirme en una humana completamente
ingenua que caía rendida ante los encantos de un demonio, de quien era
consiente, podría matarme… Esa era una de las pasiones más agobiantes que jamás
imagine experimentar, y la disfrutaba. La inocencia y la fragilidad humanas
eran algo fascinante, algo que yo podía mostrar y ocultar a voluntad, mientras
Damien no me estuviera provocando.
Note que él me miraba, de reojo… como si estuviera luchando consigo
mismo. Entonces lo recordé, los harapos en los que se había convertido mi blusa
yacían en el suelo, ya un par de kilómetros detrás de nosotros, yo caminaba a
casa, solo con los jeans grises llenos de tierra y mi sostén azul marino.
Damien luchaba contra su instinto de tomarme en ese instante, en el bosque…
lejos de todos y de todo, donde el ruido solo ocasionaría que los animales
huyeran, me apretó la mano y se detuvo en seco, llevando los dedos de su otra
mano al puente de su nariz.
-No debí quitártela- suspiro, echando la
cabeza hacia atrás.
-Estamos a unos metros de la casa, deja
de exagerar- le dije, mientras lo jalaba de la mano-. Además, ¿a quién le
importa?
-A mí, ¿crees que tendré ganas de
recibir a Epifron sabiendo que tienes debajo de la ropa?- me miro de soslayo,
sonriendo sin gracia alguna.
-A veces creo que eres un pervertido-
susurre, antes de reír sonoramente-. Sin embargo, es algo ilógico… ya sabías lo
que traía debajo, me cambio frente a ti todas las mañanas.
-Y cada mañana ansió la noche para poder
quitártela- admitió, encogiendo los hombros-. Supongo que es parte de tener un
lado humano, el deseo…
-Que lastima, es tu culpa… haz sido tú
quien los invito- concluí sonriendo-. Nos vemos en casa.
Solté su mano y me adelante, mientras soltaba mi cabello, que ya era
mucho más largo que cuando salí del estupor en el que me había dejado Lucian,
ahora llegaba casi a mi cadera y cubría mi espalda, casi completamente. Abrí la
puerta trasera y entre, el primer sonido que llego a mi oído fue el de mi
celular, que vibraba estrepitosamente sobre la barra de mármol que dividía la
cocina del comedor.
Tome el aparato para identificar quien era que llamaba tan
insistentemente. El teléfono dejo de sonar, y vi que el número de llamadas
perdidas era de 18, del mismo número… un número en el que siquiera había
pensado en meses. No tenía sentido, ¿Por qué me llamaba?, ¿Qué clase de broma
era esta?, ¿Por qué la insistencia en localizarme?, ¿quién le había dado mi
número? Estaba meditando cuando el teléfono de Damien comenzó a sonar, ni
siquiera había notado en que momento había entrado, pero tomo el aparato y
contesto, sin siquiera mirar quien era. Deje mi teléfono donde lo había
encontrado y subí a darme una ducha, los asuntos que trataba Damien por celular
eran algo que, en muchos sentidos, no eran de mi incumbencia o no me
interesaban.
Cerré la puerta con seguro, ni siquiera tenía ánimos de que él entrara
conmigo, aun no comprendía los motivos por los cuales alguien me estuviera
llamando desde la casa de mi madre; me metí debajo del chorro de agua y cerré
los ojos, recordando ese momento en el bosque, mientras Damien cortaba mi blusa
lentamente. La sensación me embargo de repente, cuando él llamo a la puerta.
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