jueves, 24 de julio de 2014

Yvridio 10.1



   El tiempo pasaba demasiado rápido estos últimos días, no era capaz de disfrutar al máximo de los pequeños momentos que pasaba con Damien a solas. Desde la discusión con Josep yo me había marchado de la casa que compartía con mis hermanos, era curioso… aun consideraba a Josep como mi hermano pequeño, jamás pude verlo como un serafín. Ahora mi forma de despertar era por el sube y baja del pecho de Damien, mientras respiraba acompasadamente a mi lado, abrazándome… en aquella cama de ensueño en la que había despertado una vez, hacia un par de meses. Aunque ya solo veía a Victoria en la Facultad, no me molestaba haberme convertido en, algo así, como una esposa y ama de casa; disfrutaba de la monotonía que nos ofrecía la casa de Damien. Dentro de aquellas paredes no existían demonios, daimones o ángeles, simplemente éramos nosotros dos, viviendo el sueño de muchas parejas de vivir juntos, sin las ataduras de un padre o una madre repitiendo incesantemente que esto no nos llevaría a nada bueno.
  Yo me estaba totalmente desapegada de mi madre y de Christopher, y sobre los padres de Damien… sólo podía adivinar que estaban muertos, ya que nunca hablaba de ellos, ni de ellos ni de su hermano. Era algo que me inquietaba, pero trataba de restarle tanta importancia como podía. A decir verdad, no necesitaba saber nada de ello. Amaba el presente, aunque estuviera un poco hueco por la ausencia de las persona que me habían acompañado toda mi vida, y que ahora, me temía, sentían todo menos aprecio hacia mí.
   Hoy era día de entrenamiento, Damien ahora era el encargado de entrenarme… para tener más resistencia física, y me enseñaba a pelear; con el tiempo las lecciones habían ido en aumento, ahora tenía músculos en el abdomen y los brazos. Con el paso de los días las lecciones de historia, sobre todos los seres que habitaban en la Tierra me maravillaba aún más; aun no comprendía como siendo tan poderosos, el común acuerdo entre los enemigos había sido luchar cuerpo a cuerpo, con espadas. Existía quien rompía las reglas y utilizaba todo a su alcance para matar a su contraparte.
   No todos los ángeles eran buenos, ni todos los demonios eran malos. El contacto directo con los humanos los había orillado a actuar como ellos, aunque sus emociones no fueran del todo reales, ellos llegaban a creerlas y por tanto hacían que los que los rodeaba las creyeran también.
-Pon atención- me reprendió Damien, mientras extendía su mano frente a mí para ayudarme a levantarme-. Estas distraída, ¿Qué piensas?
-Estoy cansada…- admití, tomando su mano.
-Si logras derribarme en los próximos 10 minutos…-susurro, sin soltar mi mano-, quizá considere premiarte- esto último me lo dijo al oído, antes de atrapar el lóbulo de mi oreja con sus labios, haciendo que toda mi piel se erizara.
-Con ese tipo de motivación…- murmure, antes de suspirar-. Siento que incluso podría matar a un demonio.
-No digas tonterías- resolló, antes de morderme suavemente el cuello-. Ahora… anda, inténtalo.
   Me soltó con cierta violencia, haciéndome dar un traspié, yéndome de bruces contra el suelo, apenas había sido lo suficientemente rápida para reaccionar y flexionar una rodilla para caer sobre ella. Esa era su forma de desestabilizar mi memoria, cuando ya me encontraba concentrada, pero no me importaba; me levante, justo a tiempo para retener un golpe que lanzo contra mi rostro… siempre me había parecido imponente su manera de pelear, aunque ignoraba que tanto se reprimía para no herirme. Retrocedió y arremetí, pateando en dirección a sus costillas; apenas había logrado bloquearme con la mano izquierda, cuando me incline y volví a patear, dándole de lleno en la mejilla; la energía potencial del golpe lo hizo retroceder un par de pasos, pero sujeto mi tobillo, atrayéndolo con él, haciéndome caer de espaldas. Subió sobre mi cuerpo, aprisionando mis muñecas sobre mi cabeza; saco una pequeña navaja de su cinturón y la deslizo lentamente sobre mi abdomen, rasgando la tela a su paso; yo sabía que cualquier movimiento, por calculado que estuviera, si tocaba mi piel, la cortaría. Me dedique a mirarlo, inmóvil, esperando que la navaja estuviera a una distancia prudente de mi cuerpo.
-Haz mejorado, lo reconozco- me dijo, mirando el recorrido de la navaja-. Pero aun eres lenta… ya estarías muerta de ser cualquier otro tu oponente.
-Si no mejoro es porque tú te reprimes cuando peleas conmigo- susurre, con un dejo de ironía-. Mientras tengas miedo de lastimarme, me quedare estancada aquí.
   El sonido del metal de la navaja chocar contra una roca me distrajo momentáneamente, hasta que su mano reemplazo el arma e hizo contacto con mi piel. Mi corazón se aceleró violentamente, haciéndome soltar un jadeo.
-Sabes que no puedo lastimarte, Cora- murmuro, clavando su mirada en mis ojos-. No me lo perdonaría.
-Entonces enséñame a sanarme- le dije, tratando de no perder la cabeza.
-Eso es algo que no puedo hacer, los principios de sanación que rigen a tu especie difieren de los que rigen a la mía- su mano se encontraba peligrosamente cerca del borde de mi sostén, eso me obligo a morderme el labio inferior.
   Él sabía lo que causaba en mí cada vez que me tocaba y lo usaba deliberadamente para distraerme y confundirme; río con ganas y me soltó, levantándose y dándome la espalda. Me levante rápidamente, tomando la navaja con una mano, dejando caer mi blusa al suelo; pase una mano por su costado, dejándola en su pecho, mientras la mano con la que sostenía la navaja, la pase violentamente junto a su cuello, dejándola sobre su garganta; en el proceso había cortado un mechón de su cabello, que caía lentamente al suelo.
-Estás muerto- le dije al oído, aunque me sacaba poco más de 10 centímetros de estatura.
   Subió su mano hasta mi muñeca y me quito la navaja con delicadeza, sin girarse hacia mí. Su respiración era tranquila, así que descanse mi cabeza contra su espalda; había sido merecedora de mi recompensa, en nuestro juego… le había ganado.  
-Debo reconocer que fuiste inteligente- susurro, aun acariciando mi mano-. Jamás pensé que aun seguías metida en tu papel.
-A veces aprovechar las distracciones sutiles, puede salvarte la vida- le dije, citando lo que me había dicho en uno de nuestros primeros encuentros.
   Se giró hacia mí, tan rápido que fui incapaz de mover las manos de donde las tenía, pero él puso las suyas en mi cadera, levantándome en peso. Enrede mis piernas en su torso y lo mire a los ojos, también había aprendido a mirarlo sin perder la cabeza, aun me quedaba lograr controlarme cuando me tocaba, pero iba por buen camino ahora, o eso pensaba.
-Hoy tendremos visitas- me dijo, mirándome a los ojos-. Espero que no te moleste compartir la mesa con Epifron e Hybris.
-En absoluto- le dije, aunque Hybris aún me provocaba sentimientos encontrados, tenía la idea de que si no me cruzaba en su camino, jamás me notaría-. Ya estás lista para saber los planes que tenemos y decidir si participaras en ellos. Debes tomar una decisión importante.
   Yo sabía a qué decisión se refería, el hecho de decidir qué camino seguiría, era una decisión que me concernía a mi solamente, debido a que mantenía el libre albedrío de los humanos, y era enteramente capaz de tomar un bando únicamente, o guiarme por la delgada frontera entre uno y otro, así como lo hacían los daimones. No estaba segura de lo que decidiría, no concia de primera mano las acciones de los demonios en la Tierra, y ahora sabía que los sermones religiosos no eran otra cosa más que humanos tratando de convencer a humanos, y que la gran mayoría de los sacerdotes estaban influenciados por alguien de las legiones y no necesariamente por alguien de las jerarquías; usaban la hipocresía para controlar las mentes humanas y orillarlas al pecado, ofreciendo el perdón divino para cualquier acto malévolo que cometieran; sin duda, los demonios no necesitaban perdonar, ni ser perdonados, iban por el Universo sin regirse por sus leyes. Nada les importaba, nada los hería, eran seres superiores, atemporales, que usaban a los humanos como una distracción para la monotonía de la eternidad. Sin embargo, ¿en que eran diferentes los ángeles? Ellos también vertían su atención a los humanos, para escapar de la monotonía de hacer el bien todo el tiempo; los ángeles tenían un lado cruel, eran incapaces de otorgar una segunda oportunidad a quienes ellos consideraban que había cometido un error, no ofrecían perdón ni salvación… solo seguían las reglas, reglas que a mi criterio carecían de sentido y les restaba credibilidad como seres de luz.
   Era complicado decidir qué bando era menos malo, lo único que me mantenía tranquila era balancearme entre uno y otro, sin dar el paso definitivo a ninguno; quizá mi destino era ese, no salvar a nadie, pero tampoco perjudicar a nadie. Aunque eso fuese solo mi manera de estar cómoda con lo que sucedía a mí alrededor; era obvio que tenía que decidir, de lo contrario… seguía en la negación, como Josep lo había propuesto hace algún tiempo en aquella habitación de hotel.
   Damien y yo volvimos a la casa tomados de la mano, en silencio, como cada día después de los entrenamientos; ignoraba que era lo que pasaba por su cabeza en esos momentos, para mí eran los minutos en los que debía sacar de mi cabeza todo lo que tuviera que ver con seres místicos y realidades fantasiosas; eran los minutos en los que volvía a convertirme en una humana completamente ingenua que caía rendida ante los encantos de un demonio, de quien era consiente, podría matarme… Esa era una de las pasiones más agobiantes que jamás imagine experimentar, y la disfrutaba. La inocencia y la fragilidad humanas eran algo fascinante, algo que yo podía mostrar y ocultar a voluntad, mientras Damien no me estuviera provocando.
   Note que él me miraba, de reojo… como si estuviera luchando consigo mismo. Entonces lo recordé, los harapos en los que se había convertido mi blusa yacían en el suelo, ya un par de kilómetros detrás de nosotros, yo caminaba a casa, solo con los jeans grises llenos de tierra y mi sostén azul marino. Damien luchaba contra su instinto de tomarme en ese instante, en el bosque… lejos de todos y de todo, donde el ruido solo ocasionaría que los animales huyeran, me apretó la mano y se detuvo en seco, llevando los dedos de su otra mano al puente de su nariz.
-No debí quitártela- suspiro, echando la cabeza hacia atrás.
-Estamos a unos metros de la casa, deja de exagerar- le dije, mientras lo jalaba de la mano-. Además, ¿a quién le importa?
-A mí, ¿crees que tendré ganas de recibir a Epifron sabiendo que tienes debajo de la ropa?- me miro de soslayo, sonriendo sin gracia alguna.
-A veces creo que eres un pervertido- susurre, antes de reír sonoramente-. Sin embargo, es algo ilógico… ya sabías lo que traía debajo, me cambio frente a ti todas las mañanas.
-Y cada mañana ansió la noche para poder quitártela- admitió, encogiendo los hombros-. Supongo que es parte de tener un lado humano, el deseo…
-Que lastima, es tu culpa… haz sido tú quien los invito- concluí sonriendo-. Nos vemos en casa.
   Solté su mano y me adelante, mientras soltaba mi cabello, que ya era mucho más largo que cuando salí del estupor en el que me había dejado Lucian, ahora llegaba casi a mi cadera y cubría mi espalda, casi completamente. Abrí la puerta trasera y entre, el primer sonido que llego a mi oído fue el de mi celular, que vibraba estrepitosamente sobre la barra de mármol que dividía la cocina del comedor.
   Tome el aparato para identificar quien era que llamaba tan insistentemente. El teléfono dejo de sonar, y vi que el número de llamadas perdidas era de 18, del mismo número… un número en el que siquiera había pensado en meses. No tenía sentido, ¿Por qué me llamaba?, ¿Qué clase de broma era esta?, ¿Por qué la insistencia en localizarme?, ¿quién le había dado mi número? Estaba meditando cuando el teléfono de Damien comenzó a sonar, ni siquiera había notado en que momento había entrado, pero tomo el aparato y contesto, sin siquiera mirar quien era. Deje mi teléfono donde lo había encontrado y subí a darme una ducha, los asuntos que trataba Damien por celular eran algo que, en muchos sentidos, no eran de mi incumbencia o no me interesaban.
   Cerré la puerta con seguro, ni siquiera tenía ánimos de que él entrara conmigo, aun no comprendía los motivos por los cuales alguien me estuviera llamando desde la casa de mi madre; me metí debajo del chorro de agua y cerré los ojos, recordando ese momento en el bosque, mientras Damien cortaba mi blusa lentamente. La sensación me embargo de repente, cuando él llamo a la puerta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario