jueves, 24 de julio de 2014

Yvridio 10.2



-Corina, abre… - susurro. Tenía un nudo en la garganta, ¿Por qué?
-Salgo en un minuto- mentí, esperando que con esto él se marchara.
-No, Corina…- repitió con el mismo dejo de amargura-. Ábreme ahora.
    Saque la mano de la ducha y tome una toalla, mientras me envolvía con ella me dirigí a la puerta, quitándole el seguro; Damien giro la perilla con cierta urgencia y me miro. Estaba serio, casi como ido… me miraba fijamente, como si intentara protegerme de algo, algo que sólo él podía ver. Retrocedí un paso, instintivamente, no comprendía lo que ocurría.
-Damien… me asustas- le dije, aun sin acercarme-. ¿Qué ocurre?
   Él acorto la distancia que nos separaba y acaricio mi mejilla. Estaba temblando. Él no temblaba. ¿Qué carajo estaba pasando aquí?, ¿quién lo había llamado y qué cosa le había dicho para ponerlo así. Tome su mano y puse la otra sobre su mejilla, intentado serenarlo.
-Damien…- repetí, mirándolo… aunque su mirada parecía perdida en la pared que estaba detrás de mí-. ¡Damien!- grite suavemente, logrando que su mirada se centrara nuevamente en mí.
-Ve a vestirte- me dijo, tomando mi mano y besando el dorso de esta-. Es urgente.
   Luego salió del baño, dejándome confundida. Salí del baño sintiéndome mareada, podía escucharlo dar vueltas en el piso de abajo. Estaba hablando con alguien, pero… ¿con quién? Tome del armario lo primero que encontré, una camisa de botones y unos jeans, me calce unas sandalias y baje lentamente las escaleras, sentía que iba a caerme en cualquier momento. Esto no tenía sentido, ¿las llamadas?, ¿la actitud de Damien?... ¿Qué relación tenía todo esto?
   Entre a la sala y me senté en el descansabrazos de uno de los sillones, Damien me indico que le diera un momento y se fue. Algo me estaba oprimiendo el pecho, como si quisiera darme una señal de que lo que ocurría no podía ser bueno en ningún sentido, pero seguí ignorándolo. Alguna explicación razonable llegaría a mi cabeza. Damien regreso.
-Tenemos que ir a casa de tu madre- me dijo, en cuanto nuestras miradas se cruzaron.
-Primero dime que pasa- lo mire, levantándome.
-Es tu madre, Corina- murmuro, mientras su voz perdía todo entusiasmo-. Tienes que ir a verla.
   Negué con la cabeza, ¿estaba bromeando?, mi madre había querido matarnos a James y a mí, y lo acepto… Damien estuvo presente durante esa confesión, ¿Por qué me pedía esto?
-Puedes ir tu solo, si te apetece- le dije, mientras caminaba en dirección a las escaleras.
   Damien me tomo de la muñeca y me detuvo en seco, no me obligo a retroceder, me pero me impidió avanzar.
-Tu madre se está muriendo, Cora.
   Me gire y lo mire, con los ojos abiertos como platos. ¿Qué?, ¿cómo?, ¿Por qué? Esas y otra serie de preguntas inundaron mi cabeza tratando, sin éxito, de darle sentido a las palabras proferidas por Damien.
   Como un autómata entre a su automóvil, en la parte trasera… la mirada de Damien se clavaba en mi cuerpo a través del retrovisor, pero yo no podía mirarlo. ¿Cómo era posible que mi madre estuviera muriendo?, ¿habría sido James quien me llamaba desde casa de mamá para decírmelo?... Y yo había sido tan obstinada para no contestarle que tuvo que tragarse su ego y comunicarse con Damien. Eso me convertía en una persona despreciable. Cubrí mi boca, incapaz de seguir ocultando el llanto. Las lágrimas salían de mis ojos incesantemente, parecía que jamás se detendrían, algo dentro de mi pecho se desgarro; esta vez sentía que me ahogaba… no podía respirar, por más que lo intentaba el aire no alcanzaba a saciar mi necesidad de oxígeno. Cerré los ojos y perdí la noción de lo que ocurría a mí alrededor.
   Lo siguiente que volvió a registrarse en mi memoria fue la habitación de mi madre. Tan serena y tranquila como si estuviera desierta, aunque no lo estaba… James y Victoria estaban sentados en uno de los pequeños sofás, Josep estaba parado al lado de la cama de mamá, y Mio lloraba contra el pecho de Epifron… Busque a tientas la mano de Damien, y él la apretó suavemente, mientras caminaba a mi lado hasta el centro de la habitación; mi madre se enderezo en la cama y me miro, con una sonrisa… que denotaba su cansancio, y su agonía. Extendió su mano hacia mí, haciéndome que me precipitara contra la cama para tomarla e impedir que se siguiera sobre esforzando, caí de rodillas en el suelo, llorando contra la mano de aquella mujer que me había dado la vida, aun cuando tenía todo en contra suya, cuando vivía bajo el acoso de un demonio y había luchado contra sus retorcidas manías, superando su deseo por matarme… porque me amaba. Y yo había dudado de ella, me había alejado… la había abandonado como si nada de eso hubiera merecido la pena; me maldije una y cien veces por mis acciones, y ella seguía sonriéndome como si nunca hubiera sucedido.
   No tenía las facultades necesarias en ese entonces como para poder comprender la alevosía con la que una madre ama a sus hijos. Nunca pude ver a las madres como algo más que progenitoras hasta que murió la mía, entonces comprendí… Una madre no solamente podía dar vida a otro ser viviente, sino que dejaba todo lo que era, su individualidad, su vida, sus propósitos y sus metas para sacarlos adelante. Mi madre no solo había abandonado todo eso para poder mantenernos en este mundo a James y a mí, sino que ahora había renunciado a su vida con tal de que nos dejaran tranquilos, al menos por un tiempo. 
   Sí, mi madre había convencido a Josep para que nos protegieran de las legiones, mientras entrenábamos para hacernos fuertes; la muerte de mi madre significaba una protección adicional a nuestras almas humanas…
-James…- lo llamo mi madre, con pesar… cada palabra venía arrastrando a la otra, mientras sus labios se obligaban a soltarlas.
   Mi hermano se hinco a mi lado y me tomo de la mano, poniendo la otra sobre el regazo de mi madre.
-No se separen, son todo lo que tienen… -dijo ella, mirándonos a ambos-. Ahora saben la verdad de lo que son, y saben lo que ocurre en el mundo. Si se separan… estarán condenados.
   Vi las lágrimas de James caer poco a poco. Era un hombre fuerte, a quién en muy raras ocasiones vi llorar, y casi todas se remontaban a la época en la que ambos corríamos por el jardín lanzándonos agua con cubetas; y ahora que era un adulto era la primera vez que lo veía llorar, y llorar de esa manera. Con un a pesadez tan grande que parecía que en cualquier momento doblegaría su cuerpo; pero eran ciertas las palabras de mamá, ninguno de nosotros era nada si en el otro. Nos necesitábamos, porque éramos hermanos.
   Apreté su mano, al igual que la de mi madre…
   La vida se le estaba escapando de las manos, a aquella mujer que en su momento me lleno de dudas la cabeza y el corazón, y que ahora todo eso había pasado a convertirse en nada; y no podía hacer nada al respecto. Aunque sabía cómo hacerlo, Josep no me dejaría intervenir con su decisión. Eran cosas como estas las que me hacían dudar de la divinidad de las jerarquías, podían ser tanto o más crueles que las legiones… Y tampoco sentían empatía alguna por los seres humanos.
   Mi madre murió. Tomándome de la mano. Simplemente se quedó dormida. Lo supe cuando la fuerza de sus dedos la abandono completamente, y dejó caer mi mano al aire. El grito ahogado de James rompió el incómodo silencio que se había sembrado en la habitación, Victoria corrió a abrazarlo por la espalda, mientras yo hice lo mismo, desde el costado. Pero no era capaz de llorar, era como si mis lágrimas hubieran huido de mis ojos y mis sentimientos se encontraran en stand-by esperando el momento más inoportuno para atacarme, como una ola arrastrando un castillo de arena en la orilla de la playa. Así se sentía, como si el mar estuviera retrocediendo para volver con más fuerza.  Me levante del suelo, soltando a mi hermano y camine hasta Josep.
-Esto no te lo voy a perdonar jamás- le dije, apenas estuve frente a él-. Nunca.
-No necesito que me perdones- me contesto, inclinándose un poco para encararme.
   Eso me hizo hervir la sangre. Cerré los ojos y ateste un golpe directo en su mejilla. Su rostro se movió en la misma dirección en la que había propinado mi golpe. Él me miro sorprendido por lo que había hecho, y yo sabía que no era por la acción en sí misma, sino por la intensión de lastimarlo con la que lo hice.
   Damien se paró a mi lado rápidamente y puso su mano en mi cintura, buscando la mirada de Josep, con aparente tranquilidad.
-Te lo advierto- escupí, antes de darle la espalda-. Ahora vete, nada tienes que hacer aquí, tu trabajo en esta familia termino.
-No eres nadie para relevarme de mi cargo- río él, sin moverse.
-Sí, si lo soy…- respondí, sin voltear-. Así que lárgate por las buenas, o te sacare.
   Josep se irguió, sin sentirse amedrentado en absoluto. Pero sabía que en una discusión donde mi terquedad tuviera cabida, así como la presencia de Damien, no tenía sentido. Se marchó, sin cerrar la puerta de la habitación.
-¿Quién hizo esto, Mio?- le pregunte, consiente de la manera en la que me miraba.
-Cristopher trato de matar a tu madre. Y durante su agonía le rogo a Josep que los protegiera- susurro ella, limpiándose los ojos, mientras caminaba a la puerta-. Tu madre llego a mover algo dentro mío, Corina; y momentáneamente son intocables para nosotros. Aprovéchalo.
-Lo hare…

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