Gabriela se estaba sobando la sien, mientras la imagen de Lucian
sonriendo iba desapareciendo de mi cabeza.
-No sabíamos si tu lado divino
despertaría…- musito-, pero lo hizo… justo en el momento en el que conociste a
Damien. Quizá porque lo considerabas una amenaza, o… porque estabas a punto de
llegar a la edad límite… No lo sabemos.
-Todo esto es una completa estupidez-
murmure, tratando de tranquilizarme.
-¡No!, no lo es…- me grito, dejando ver
la molestia que le había causado-, y aun así… no todos creemos que tu relación
con Damien está mal. Nos ha sido leal por siglos, aun cuando su mayor enemigo…
es también la persona más importante para él.
-Dorian…- el nombre escapo de mis
labios, sin que pudiera detenerlo, pues había iluminado mi mente repentinamente…
tanto, que fui incapaz de contenerme.
-Así es… Dorian Corvino- ella cerro los
ojos, con un semblante de agonía que me hizo sentir un vuelco en el estómago y
un hueco en el pecho. Ella también lo conocía-, el único Athánato que conocemos…
-¿Athánato?-
pregunte. Mi cabeza ya estaba dando vueltas, por la sobrecarga de información.
-Un elemental, un daimón, que fue mordido por un vampiro…
-Esto ya raya en lo absurdo- me lleve
una mano a la sien, sobándola suavemente, intentando asimilar su información…-
¿me estás diciendo que también existen los vampiros?
-Te sorprendería cuantos seres existen
que amenazan constantemente la existencia humana- murmuro, un tanto más
irritada.
-Pues sorpréndeme…- inquirí, ya a manera
de reto.
Gabriela me miro, profiriendo un gruñido amenazador, mientras se alejaba
de mí, negando con la cabeza. Yo no pretendía molestarla, pero tampoco tenía
intenciones de creerme todo lo que ella estaba diciendo, no tenía sentido… ni
siquiera estaba segura de que esto fuera real, de que estuviera aquí,
mostrándose ante mí como si nada. ¿Qué podía ser cierto de todo esto?, ¿los
vampiros?, ¿los Nephilim?, ¿un Athánato? Reí, más por nerviosismo que
por diversión y ella lo noto; quizá también se debía a que el golpe de mi
cabeza estaba causando estragos en mi cerebro, haciéndome renuente de todo
esto; después de todo, para los humanos negar la realidad siempre sería más
sencillo que aceptarla.
-Ya eh llamado a Damien, él estará aquí
pronto… no te metas en más problemas…-me dijo, acercándose a mí, cerrando sus
brazos sobre los míos-, ten cuidado… y de verdad piensa en lo mejor para
Damien, puesto que si le sucede algo… yo misma vendré por ti…
Su amenaza calo en lo más profundo de mis huesos, haciéndome tiritar.
Ella sonaba amenazante, en una manera que yo nunca había escuchado, pero al
mismo tiempo muy similar a la forma que tenía Damien para hablar. Él era
amenazador, todo en él tenía algo que no inspiraba confianza, algo que repelía
a las personas, un aire de chico malo que atraía a las mujeres; pero parecía
que no eran algo que le interesara, simplemente Damien no pertenecía a este
mundo, y ahora… quedaba claro que tampoco yo. ¿Qué sentido tenía nuestra
existencia entonces?, ¿perpetuar una guerra entre el bien y el mal, por el
resto de la eternidad?
Gabriela desapareció en un parpadeo, tal y como había llegado, dejándome
perpleja, aturdida y sumamente confundida. Finalmente estaba entiendo unas
cosas, pero nuevas dudas habían surgido en mi interior; así como la
incertidumbre sobre cómo debía sentirme con respecto a Damien. El viento había
comenzado a soplar cuando camine hacia mí, destrozado, vehículo… era gélido,
demasiado para estar en junio. Las hojas de los árboles crujían ante su paso,
algunas siendo arrancadas y arrastradas a un destino incierto; me sentía tan
débil en ese momento, como si una ráfaga estuviera arrastrándome en un remolino
interminable, en una dirección desconocida. Me desplome en la cajuela del auto,
mirando como el viento se llevaba las hojas y el polvo de la autopista; aun
debía esperar a Damien… quizá verlo me haría sentir menos confundida. Abrace mi
cuerpo, por culpa del aire, y suspire… recordando el día que había atravesado a
Bael, las marcas en su brazo… el sello que mantenía prisioneras a sus alas, el
mismo que ocultaba las mías; eso me provoco un pinchazo en mi pecho, Damien
conocía el significado de ese sello, y jamás lo había mencionado. Cerré los
ojos y camine torpemente, hasta poder abrir la puerta del auto, para
desplomarme dentro, en el asiento trasero, el frío estaba helándome los huesos,
y la sensación que me había dejado Gabriela, no ayudaba para nada. Me hice un
ovillo en el asiento, cerrando los ojos. No tenía idea de en qué grado me hería
que Damien supiera lo que éramos, y que me lo ocultara. Suspire, relajando el
cuerpo, tratando de olvidar mis sentimientos, tan solo deseaba que llegara
Damien y hundirme en sus brazos, para hacer de cuenta que nada había sucedido,
sin embargo, había pasado y me dolía… pero eso no cambiaba el hecho de que
quisiera verle.
-¿Corina?- pregunto su voz, con un toque
de molestia, pero donde predominaba la preocupación.
Me levante torpemente del asiento trasero, volviendo a sentir un mareo,
las náuseas habían regresado, por lo que caí nuevamente en el asiento,
cubriéndome nuevamente el rostro con las manos; sabía que él me había
escuchado, no había necesidad de hacer ningún otro esfuerzo.
La puerta se abrió de golpe, y Damien se precipito dentro, poniendo su
cuerpo sobre el mío, buscando, obviamente, mis ojos; me negué a moverme, mi
orgullo estaba herido, de una manera estúpida, pero lo estaba. Una de sus manos
movió mi brazo, descubriendo mi rostro, sus dedos se crisparon al ver mi
rostro, quizá por la expresión de mi rostro, o la herida de mi frente, lo
ignoraba; y no quería abrir los ojos, sabía que me precipitaría hacia él para
besarlo y olvidarme de todo lo que pasaba por mi cabeza.
-¿Qué ocurrió con Gabriela?- pregunto
con serenidad, sin moverse de la posición en la que estaba.
-Nada que tenga ánimos de contar- mentí,
descaradamente, consciente de que no lo descubriría, a menos de que me mirara a
los ojos.
-Bien… ¿podrías decirme que pretendías
lograr estrellando el auto?- inquirió, un poco más irritado-, sabes que no
morirás, ¿verdad?
-Sí, lo recuerdo…- farfulle dejándole
notar mi incomodidad-, lo recuerdo cada minuto desde que lo supe.
-Eres insoportable cuando te lo
propones- suspiro él apartándose de mí.
Lo tome de la camisa, enderezándome, mientras apoyaba mi peso en su
cuerpo, su mano de alojo en mi cintura, ayudándome a incorporarme. Lo mire a
los ojos, y su mirada se enterneció de repente, su preocupación era evidente,
quizá él sabía lo que Gabriela era capaz de provocar en la gente o cuando menos
lo que había logrado hacer conmigo.
-¿Terminaste tu berrinche?- me pregunto,
sonriendo de manera cínica-. Tenemos que ver a alguien.
Como si no fuera suficiente con lo que había sucedido con Gabriela,
ahora pretendía llevarme a otro lugar. Suspire, sabía que nada de lo que dijera
lo distraería de lo que tenía en mente; subimos a su Hybrid y arranco, sin
darme tiempo de ponerme en cinturón de seguridad, y lo hice con esfuerzo,
mientras lo miraba atónita, pues había aumentado la velocidad a más de 120km/h
en poco menos de 15 segundos. Una vez que me sentí segura en el asiento, supe
que volveríamos a la ciudad, Damien conducía en línea recta por el boulevard
Jules Ferry, s, hasta que se detuvo frente a un hotel, yo jamás había tenido
mucho interés en recorrer las calles de Paris, y mucho menos en buscar hoteles,
por lo que esto me pareció sumamente raro. Doblamos en el estacionamiento y
seguimos hasta el sótano del edificio, donde Damien aparco el auto y salió,
mientras yo entablaba una nueva lucha con el cinturón de seguridad. Fue hasta
mi puerta y la abrió, pasando diestramente sus manos a mi alrededor,
liberándome del cinturón, luego me ayudo a bajar; me condujo cautelosamente
hasta el elevador, al cerrarse las puertas, él me arrincono contra una de las
esquinas, no me miraba directamente, parecía frustrado, y molesto, pero no
profería ruido alguno. Sentí como mi corazón se paralizo, haciéndome más
consiente que nunca de la herida en mi frente, y el entumecimiento de mis
articulaciones. Alzo mi rostro y trabo sus labios con los míos, sin ternura,
solo con un dejo apasionado que me quito el aliento.
-No vuelvas a hacer eso, jamás- susurro,
sin alejar mucho su boca de la mía-. Promételo.
-Lo… prometo…- susurre, confundida-. ¿A
dónde vamos?
-Hay cosas que necesitas saber…-
aseguro.
¿Más cosas?, ¿Qué lo que me dijo Gabriela no era suficiente?, me mordí
el labio, recargando mi espalda contra la pared del ascensor. Damien presiono
el ultimo botón de arriba, lo cual supuse que nos llevaría al pent-house del
hotel, me acomode el cabello, cubriendo la herida de mi frente, aunque ignoraba
si aún la tenía o ya había sanado. Las paredes del elevador estaban cromadas,
por lo que mi lo desprolijo de mi ropa, los restos de sangre y la suciedad de
mi rostro.
-¿De verdad iré así?- gemí, señalando mi
reflejo.
-A ellos no les molestara como luces, es
la primera vez que verán un ángel en años- susurro, mientras se sacaba la
chaqueta de cuero y me la tendía.
-¿Un ángel?- insistí, aunque sabía que
él hablaba de mí-, ¿Quiénes son ellos?
- Lamento admitir, que mis amigos no son
de tu clase, Corina- murmuro, volviendo la vista a los botones que se
iluminaban, con forme íbamos subiendo-, mis amigos son daimónes, como los conocen los humanos.
Me enderece, poniéndome la chaqueta, estaba mareada, con la idea de ver
a otros seres sobrenaturales, de jerarquía mayor a la mía, más fuertes y
capaces, yo… simplemente había aceptado mi naturaleza, luego de casi morir en
manos de un demonio. ¿Qué haría contra un Nephalem?
Yo no era competencia, y ellos eran puros, yo simplemente era un hibrido. Que
era más humano que ángel…
Llegamos al último piso y las puertas se abrieron lentamente, dejándonos
frente a una enorme puerta de doble hoja, hecha de cedro blanco, con un
picaporte dorado. Damien salió y se dirigió a ella sin temor alguno, pero al no
sentirme detrás de él, volvió su mirada hacia atrás. Suspire largamente y me
impulse con los brazos para salir y obligarme a llegar a la puerta, detrás se
escuchaban unos murmullos, muy bajos, pero se escuchaban burlescos.
Damien giro la perilla, e inmediatamente una chica de cabello
medianamente largo, negro, con el flequillo recto, la piel excesivamente nívea
y los ojos de un profundo tono gris oscuro, salto hacia nosotros, con una
sonrisa cínica. Vestía completamente de negro, de su cuello colgaba un collar
de perlas a tono, y llevaba un par de anillos en la mano izquierda.
-Cuanto tiempo ha pasado, Damien- dijo
ella, poniendo sus brazos alrededor del cuello de él, haciendo que sintiera un
pinchazo en el pecho, culpa de los celos.
-Sí, Apate… ha pasado mucho, ahora… deja
de lado tu naturaleza y suéltame.
Él
se deshizo de los brazos de la chica, y me atrajo a su lado, con su mano
aferrada a mi cadera.
-Entonces… ¿Quién es ella?- susurro un
hombre, que permanecía impávido, sentado en una silla de terciopelo verde,
enmarcado de dorado, su estructura era musculosa, y bien formada, como si
hubiera sido tallada en mármol.
-Se llama Corina Covey- respondió
Damien, mirándolo, con seriedad.
Él se levantó y extendió su mano hacia mí.
-Mi nombre es Epifron- susurro él-, soy
un espíritu, como todos aquí. No existe bien o mal entre nosotros, simplemente
convivimos, de la mejor manera posible. Quien te hizo sentir celos fue Apate,
el espíritu de la decepción.
Eso tiene sentido, me dije, esbozando
una sonrisa lacónica, sin mirar a la chica.
-El resto son… Hybris, Krato y Zelos-
continuó él, aún con una sonrisa tranquila-, tú debes ser un Arkatho, ¿no?
Me quede muda, recordando las palabras de Gabriela, el hermano de Damien
había sido un espíritu, como ellos, pero… ¿Cómo sería?, o mejor dicho… ¿Por qué
estaban ellos aquí?, ¿Cuál era el propósito? Yo ignoraba lo que era un daimón en realidad, era la primera vez
que veía uno.
-Debemos hablar con tu hermano, Corina-
susurro, un pelirrojo al que reconocí como Zelos-. Es importante que aprendan
todo sobre este mundo, y Josep no se los puede enseñar.
Lo mire con los ojos abiertos como platos, deshaciéndome del abrazo de
Damien, dirigiéndome a Zelos, con una sensación de molestia y confusión. Él era
casi dos cabezas más alto que yo, musculoso, y tenía una expresión seria en el
rostro, pero no me importo, lo tome por los cuellos de la camisa que usaba y
bufe.
-Explícate, ¡ahora!- demande, sin
soltarlo.
Él chico rio sonoramente, mientras Epifron mantenía a todos lejos de mí
y de Zelos. La sangre me hervía, ¿Cómo podía pensar siquiera en que mi hermano
Josep estaba inmerso en todo esto?
-Llama a tu hermano, y les explicaremos
que pasa- dijo Zelos, apartando mi mano de su cuello, y sujetándome de la
muñeca.
Lo mire de forma retadora, aun no superaba mi coraje. No imaginaba a mi
hermano pequeño, metido en líos como los que estábamos metidos James y yo.
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