domingo, 14 de agosto de 2011

Capitulo 1.- La condena.

La verdad era que detestaba Baltimore, nunca fue mi sueño vivir en un lugar cercano a la playa o donde el calor te hiciera sudar en exceso, pero ya no podía evitarlo; mi madre me llevaba camino al aeropuerto, junto con su nuevo marido Mitch. Tampoco era que anhelara mucho vivir con mi padre, que aunque pasaba los veranos y algunos inviernos con él en Baltimore, nunca me había entusiasmado mucho la idea de vivir a su lado una temporada muy larga o de manera permanente. No éramos muy unidos, ni tampoco pretendíamos serlo. Por momentos todo me parecía realmente estúpido, renunciar a todo lo que tenia aquí en Nebraska para alejarme de una sola persona; mi decisión no hacia feliz a mi madre, pero acababa de cumplir 18 años y se lo pedí como regalo. También quería creer que era momento de tomar las riendas de mi vida. Acepto de mala gana, aunque yo podía descifrar con facilidad  la desdicha en sus ojos, pero ni siquiera así desistí en mi decisión; no me parecía justo estar jugando con las emociones de mis padres, mi madre no quería que me fuera y mi padre estaba ansioso porque llegara a Baltimore.
       -Natalia, hija… aun puedes arrepentirte- gimió mi madre, mirándome desde su lugar.
       -Vendré a visitarte, mamá. Te lo prometí- respondí, reprimiendo lo mejor posible el nudo que se formaba en mi garganta.
       -Las puertas de nuestra casa siempre estarán abiertas para ti- intervino Mitch con una sonrisa.
       -Si, lo sé- conteste-; gracias…
       -Natalia, llámame en cuanto estés en casa de Billy- me rogo mi madre.
       -Lo hare, te lo prometo…- le prometí mientras volvía a mirar por la ventana.
  Era el viaje más largo que haría en toda mi vida, o al menos así lo veía yo… porque no vería a mamá en un tiempo y tendría que conformarme hablando con ella por teléfono o manteniéndonos en contracto por medio de correos electrónicos, de los que no era muy fanática. Suspire, recordando el verdadero motivo de mi repentina huida; todo se debía a un amor que no funciono, que luego de 2 años todo se torno oscuro y finalmente todo se fue al diablo. Creía que alejándome de todo mi entorno mi recuperación emocional seria mucho más sencilla y rápida, de corazón deseaba que así fuera; solo quería olvidarlo todo, pero para hacerlo debía renunciar a mi vida al lado de mi madre y de Mitch. Era feliz con ellos, también lo era con papá, pero no era lo mismo… mi relación con él no era muy estrecha y ninguno de los dos había tenido intensión de cambiar eso en los últimos 3 años; no estaba segura de que mi padre pudiera lidiar conmigo y mis repentinos cambios de animo, debidos a la profunda depresión en la que había caído. Yo podía controlarla hasta cierto punto, pero llevaba más de 2 meses sin mejorar y en momentos mi fortaleza se veía doblegada por la tristeza, en esos momentos no podía controlarme. Me alejaba de todos, encerrándome en mi habitación; donde me tiraba a la cama y lloraba durante algunas horas, luego… harta de rendirme ante mi propia debilidad, me levantaba y me ponía avanzar temas de la escuela… a  acomodar mi habitación… todo lo necesario hasta que el agotamiento me impedía continuar. Hasta que lo que sentía no era cansancio, era dolor; solo entonces me detenía. Mi madre reprobaba mi actitud, pero siempre me rehusé a ver a un psicólogo; ella respetaba eso, ella misma era psicóloga y sabia que para que el paciente mejorara tenia que estar dispuesto a recibir ayuda, yo no lo estaba. No estaba loca, solo triste… muy triste… ¿Qué iba a hacer ahora? Mi padre siempre estaba trabajando, cerrando negocios, saliendo a cenas de último minuto; con una compañía constante me sentía perdida, y ahora… sola la mayor parte del tiempo, ¿Qué iba a hacer sola?, ¿a que punto me llevarían mis ataques de histeria?, ¿ mi padre se daría cuenta de mi malestar en algún momento? Estaba tomando demasiados riesgos solo por un capricho, y lo peor era que ya no estaba segura si realmente me importaba lo bueno o lo malo que pudiera pasar; no lo estaba considerando, solamente estaba huyendo cobardemente esperando que mi huida solucionara mi malestar y mitigara un poco mi sufrimiento interno. Tan solo quería un poco de paz, todo el mundo decía que el sonido de las olas del mar romperse contra las rocas de la bahía era algo muy relajante y yo quería probarlo, necesitaba experimentar ese tipo de paz. La paz que brindaba estar en armonía con la naturaleza; tan solo eso, y me sentía tan asfixiada por no poder decirlo abiertamente. Era ilógico, yo misma era ilógica en ocasiones y aun así, creí que había encontrado a alguien que realmente me amaba; no fue así, solo fui su capricho… su conquista del momento… eso me había dicho él. Y deseaba tanto poder odiarlo, aunque sabía que no podía, era inútil pensar siquiera que podría odiarlo en algún momento; se me había metido tan adentro que dudaba en mi fuerza para sacarlo de ahí, me dolía profundamente solo de pensarlo. Era como  renunciar a una parte de mí, era una elección imposible de tomar… cualquiera de mis miembros era esencial para mi vida; nunca renunciaría a alguno de ellos, así como no me atrevía a sacarlo de mi corazón… me parecía una abominación, una estupidez y una completa tontería. Pero también sabia que seria lo mejor, que era lo mejor para mí… ¿si él no me amaba, porque yo si tenia que hacerlo? No era un castigo, y aunque lo fuera… yo no había hecho nada para merecerlo; muchos me habían dicho que él no me merecía y yo no escuche porque estaba tan cegada por él, que pensé que solo se trataba de palabras producidas por la envidia… Ahora todas esas personas se regocijaban al escupirme en la cara esa frase de ‘’te lo dije’’, una y otra y otra vez. De eso también estaba harta, por eso me iba… por eso huía, como una princesa que huye para mantener su dignidad personal; yo no había perdido mi corona o mi lugar en el trono, pero había perdido al único que juro amarme, junto con todos los sueños que, estúpidamente, yo forje a su lado. Aun mantenía mis propios sueños, pero necesitaba alejarme de su presencia para poder realizarlos completamente; todo sonaba incongruente, aun dentro de mi cabeza… era por ello que no me atrevía a contárselo a nadie, por eso me guardaba mis reflexiones, para atormentarme sola y para revivir mi calvario cada vez que yo quisiera.
  Suspire y mire el ostentoso aeropuerto de la ciudad de Nebraska, realmente me iba y aun no me arrepentía, aunque sabia de sobra que si lo hacia mi madre extendería los brazos y me recibiría de cualquier forma; ella me amaba, y le dolía desprenderse de mí. Me senté a su lado en las butacas que había en la sala de espera, el sonido estruendoso de los aviones me ayudaba a mantener mi mente ocupada en otra cosa que no fuera él. Mitch se aparto de nosotros y se acerco a comprar mi boleto, mientras mi madre daba vueltas en su lugar, sin mirarme directamente o decirme algo, la conocía y sabia perfectamente que estaba ordenando sus ideas para poder dar un sermón renuente al final… era su forma de convencerme y la respetaba, aunque fuera realmente inútil. La decisión estaba tomada.
       -Natalia… sabes que siempre podrás volver, no importa el día o la hora- comenzó mi madre, antes de que Mitch volviera-; tu padre tiene mal carácter, así que si te sientes incomoda yo tomare un avión e iré por  ti, ¿de acuerdo?
       -Si, mamá. Tranquila, confía en mí- respondí mientras la abrazaba-; solo es temporal…- mis palabras sonaban convincentes, debido al tiempo que pase ensayándolas para este momento-, las universidades son mejores haya… y me parece una buena idea que tu y Mitch pasen un tiempo solos…
       -Oh, cariño…- susurro mi madre en mi oído- siempre has sido tan considerada con todos… que a veces pienso que te olvidas un poco de ti misma.
  ¿Por qué las madres tenían que saberlo todo?, ¿tenían poderes o algo por el estilo? En ocasiones mi madre me sorprendía, pero también creía que ese era su deber, saber todo sobre sus hijos, conocerlos, educarlos, cuidarlos, protegerlos, etc. Aun así en ocasiones me sentía sofocada por sus cuidados, pensaba que se preocupaba de forma exagerada y que no tomaba las decisiones correctas; pero… ¿Quién si lo hace?, nadie que yo conozca podía tomar una decisión del todo acertada, la vida esta para equivocarse, para cometer errores y hay que disfrutar los errores tanto como los aciertos, sin importar el tipo. Quizá por eso mi madre había aceptado mi decisión, acababa de graduarme y estaba en la edad perfecta para equivocarme, para caer todas las veces necesarias y volver a levantarme, estaba en edad de amar en exceso y de llorar cuando me rompieran el corazón; todo eso lo sabía, pero no me sentía plenamente capaz de llevarlo acabo. Nunca fui muy segura de mi misma o de las decisiones que tome en el pasado, jamás actué por instinto o guiada por mis emociones; esta era la primera vez. Me marchaba de Omaha, mi cuidad… el condado donde crecí al lado de mi madre… luego de su repentino divorcio con mi padre cuando yo tenia 2 años y ahora quería marcharme solo porque ame demasiado y sufrí; no era fácil aceptar las consecuencias, y mucho menos vivir con ellas. Pero se trataba de la vida misma, y esa era la única forma sana de vivir… tomando decisiones y aceptando las consecuencias que estas pudieran tener, buenas o malas.
  Solo pude pensar en eso, en el momento en el que me acerque al hangar del avión; realmente me iba, y las lágrimas en los ojos de mi madre me lo gritaban, sentí un vuelco en el estomago cuando la vi desaparecer de mi campo de visión mientras avanzaba de espaldas por el pasillo. No era justo para ella que la atormentara con mi tristeza, papá era más fácil de controlar… ya que podía esconderme en mi habitación y él no se aparecería por ahí si le mentía bien. Cuando entre al avión, extrañamente no había algún compañero cerca de mí y eso aumento considerablemente mi soledad y mi sentimiento de culpa; pero no dije nada, ni siquiera cambie mi rostro, quería que nadie me viera… Quizás la soledad y la tranquilidad de mi solitario vuelo me ayudarían a pensar en lo que realmente había pasado con Derek; aun no me había puesto a sospesar la situación, temía que mi orgullo o yo misma me sintiera más herida al pensar las cosas con la cabeza fría, pero era lo mejor.
  Me senté y mire por la ventana, la pista estaba ligeramente humedecida por culpa de la llovizna que caía sobre Omaha; sin duda extrañaría este lugar, con sus reservas naturales, sus centros comerciales, su inmensos plantíos en las afueras, el río que bordeaba parte de la ciudad y sobre todo extrañaría a mi madre, mi casa y mis amigos. Pero me empeñaba en creer que encontraría algo mejor en Baltimore, aunque detestara el clima y no me agradara mucho la idea de vivir con mi padre; probablemente habría algo ahí a lo que me aferraría en algún momento, quería encontrar ese motivo… para no tener que marcharme de vuelta a Omaha con la cabeza baja y arrepentida completamente de mi decisión. Empezaría una nueva vida, quizá mas sencilla o más complicada, no lo sabía… no podía tener esa seguridad, lo único que me quedaba era ser positiva y poner todo de mi parte para que funcionara… solo eso. Papá me quería a su manera, de eso no me quedaba duda alguna, pero en ocasiones era difícil estar con él… cuando ambos teníamos caracteres tan similares; ninguno cedía la razón en una pelea, él era más  reservado… sobre todo conmigo al ser su única hija, eso lo había heredado de alguna forma… pues yo no era muy extrovertida, en la escuela no tenia muchos amigos, pero los que tenia los apreciaba mucho.
  El avión despego, casi inmediatamente me quede dormida debido a como se mecía lentamente por el viento; fue un largo sueño, sin sueños. Solo estaba cansada y aun resentía la partida, no iba a ser fácil… lo supe desde el momento en que baje del avión y sentí la humedad en el ambiente; lo único que me quedaba era acostumbrarme al clima y vivir con él. Papá me esperaba afuera del aeropuerto, en cuanto me vio corrió a abrazarme y a tomar mi maleta.
       -¿Solo una?- pregunto con cierta hipocresía.
       -No tengo mucha ropa adecuada para este tipo de climas- admití encogiendo los hombros.
       -Descuida, el fin de semana iremos a que compres ropa- me prometió mientras cerraba la cajuela de su flamante Mercedez.
       -Por supuesto, papá- respondí con seriedad, él solo sonrió y  se encamino a su puerta.
  Me indico la puerta por la que debía subir, lo hice y ocupe el lugar que estaba a su lado; como siempre subí los pies al asiento, un poco distraída, pero a Billy no pareció importarle mi falta de modales. Sin duda Baltimore era lindo, a su manera… una gran ciudad con una playa inmensa, junto al río Patapsco, llena de turistas; era el condado más famoso de Maryland y por tanto un atractivo turístico muy bueno, aunque no me gustaba su clima… había cosas que jamás hubiera encontrado en Nebraska, sin importar a que lugar fuera. Cuando llegue era de día y los majestuosos edificios se alzaban con orgullo sobre las aceras, las calles eran preciosas y había muchos paisajes verdes cerca del puerto interior de Baltimore; la ciudad parecía semi-dividida por el río, ya que estaba cerca de la desembocadura de éste en la Bahía de Chesapeake.
  Mi padre había comprado una casa en el barrio de Charles North, era un barrio muy pintoresco y una zona residencial muy conocida en Baltimore; suspire al reconocer las casas, había estado ahí unos días hace dos o quizá tres meses. Mi padre no dijo nada en todo el camino, ni yo tampoco; realmente no deseaba decir nada, mi lengua me traicionaría e inmediatamente Billy me pondría en un avión para regresar a casa. La casa era color ladrillo con las molduras exteriores de color blanco, y por dentro era toda de color arena y el piso de madera, sin duda muy antigua; cuando llegamos, lo primero que salto a la vista fue el mini Cooper negro que estaba frente a la casa.
       -¿Y eso?, ¿Quién es la afortunada que vive contigo?- pregunte con una nota de molestia en mi voz.
       -Que tonterías dices, Natalia- respondió él luego de soltar una sonora carcajada-, no vivo con nadie… te lo compre para que puedas andar por la ciudad sin mi supervisión. ¿Te gusta?
       -¿Bromeas?- inquirí sonriendo abiertamente.
  El auto me fascinaba, siempre soñé con tener un automóvil para mí, para ya no depender de Mitch o de mi madre y ahora era real, lo tenía y me encantaba. Me baje rápidamente del auto y me acerque al mini Cooper para verlo de cerca, mi padre saco la maleta y entro a la casa; sonreí con alegría al tocarlo, era real, no estaba soñando. En la casa de al lado salió una muchacha de mi edad, alta, rubia, de piel blanca, y ojos verdes; la muchacha me miro con los ojos abiertos como platos y luego salto la barandilla que separaba ambos jardines, corrió hasta mí y me envolvió con sus menudos brazos.
       -¡Natalia!- grito en mi oído, luego me soltó y me miro con detenimiento-, no puedo creer que hayas regresado.
       -Christina- respondí mirándola también-, me quedare a terminar la escuela y quizá estudiare la universidad aquí.
       -¡Que emoción!- exclamo ella alejándose de mí, balbuceando un sinfín de cosas mientras daba vueltas por el jardín.
       -Hola, Christina- la saludo mi padre desde la puerta.
       -Hola Sr. Bellager- respondió ella con una sonrisa radiante-, debe estar feliz de tener aquí a Natalia.
       -Por supuesto, y supongo que tu igual- continuo mi padre.
  Christina solo asintió y se acerco a mí para llevarme a su casa,  me tomo de la mano y abrió la puerta; en la sala estaba un muchacho, quizás uno o dos años mayor que ella y yo no lo recordaba con suficiente claridad para llamarlo. Sin embargo, nos miro a ambas y luego le lanzo una mirada asesina a Christina unida a una sonrisa de curiosidad; no pude evitar mirarlo, alto de piel blanca, con los rasgos muy bien marcados y fuertes, con una musculatura imponente y unos penetrantes ojos grisáceos.
       -¿Quién es, Chris?- pregunto sin perder algún detalle sobre mi reacción.
       -Es Natalia, la hija de Billy Bellager- respondió ella mientras me acercaba.
       -Ah, ya recuerdo…- admitió con una risita-, pero por tu cara… tú no me recuerdas.
       -La verdad es que no- conteste sonrojándome.
  El chico soltó una carcajada divertida y se acerco a nosotros, extendiendo la mano a modo de saludo de bienvenida; a Christina la recordaba porque yo solía jugar con ella cuando era más pequeña, siempre fue mi amiga durante mis estadías en casa de Billy, su compañía me tornaba más fáciles las cosas.
       -Como no me recuerdas- inicio el chico sonriendo-, soy Sean Evans; bienvenida de nuevo a Baltimore, Natalia.
       -Gracias, Sean- admití, recordándolo vagamente.
  Christina y yo lo molestábamos cuando él tenía 12 años y nosotras 10, nos resultaba muy divertido y sencillo irritarlo con nuestros juegos y comentarios; luego cuando cumplí 16 y fui con mi padre por su cumpleaños, Christina salió de viaje a Florida… Sean fue el primer chico que bese en mi vida, luego de ese repentino beso en la puerta de la casa de Billy no quise aparecerme por casi un año. Por eso se reía de mi falsa mala memoria, pero ambos juramos que Christina nunca se enteraría de lo que pasó; era nuestro pequeño secreto, algo que solo él y yo conocíamos.
       -Bien suficientes saludos, vámonos- intervino Christina volviéndome a jalar de la mano, para llevarme escaleras arriba.
  Subí detrás de ella, con mi mochila acuestas, al dar vuelta nos topamos con su cuarto; ese lugar lo recordaba muy bien, hacia dos años mentimos al decir que haríamos una pijamada en su casa y ambas nos fugamos por la ventana para ir a una fiesta en el barrio Charles Village. Yo me caí antes de llegar abajo y me abrí una profunda herida en un brazo, cicatriz de guerra que aun portaba con cierto orgullo; llegue con media blusa llena de sangre, aunque realmente no se notaba puesto que era negra. Quizás no seria una condena tan dura después de todo, también en Baltimore tenía amigos, o al menos tenía a Christina; cuando abrió la puerta vi que era muy similar al sitio donde jugábamos de niñas, solo que ahora tenia un aire mucho más adulto. En una de las repisas había una foto de Chris y yo sobre el árbol de chabacano, que ahora cubría media ventana de su habitación; había buenos recuerdos en Baltimore, no era tan malo después de todo, me acostumbraría con el paso del tiempo… de eso ya no me quedaba duda.
       -¿Recuerdas mi espejo?- pregunto cuando se sentó en la enorme cama matrimonial-, el de estilo victoriano que estaba frente a la cama.
       -¿Cómo olvidarlo? Cada vez que me quedaba aquí nuestro reflejo nos hacia gritar, ¿te acuerdas?- respondí con una amplia sonrisa.
  Teníamos 11 años cuando el espejo pasó a mejor  vida. Ese espejo era enorme, casi ocupaba toda la pared donde estaba y reflejaba claramente toda la cama y parte de la ventana; eso nos había asustado en varias ocasiones en las que despertaba una y veía alguna silueta extraña, gritaba y despertaba a todos en la casa. Era muy incomodo que eso sucediera en cada pijamada. Esa noche nos habíamos quedado solas en su casa, su grito fue tan agudo que me despertó y yo también grite, coreando sus gritos de terror; entonces tomamos la decisión o mejor dicho cada una tomo uno de sus zapatos y ambas lo lanzamos al espejo con saña. El cristal se hizo añicos ante el impacto, el sonido fue como música para nuestros oídos, habíamos acabado con el intruso de la habitación; ya no había nada que nos asustara, sin contar la tremenda reprimenda que nos dieron su padre y Billy.
       -Sin contar el regaño, nos sentimos como todas unas heroínas- farfullo ella con una sonrisa de suficiencia.
       -Sin duda alguna- le concedí con una sonrisa.
       -Me alegra tanto que hayas venido a quedarte- siguió ella con serenidad-, aunque no entiendo tus razones, Nebraska tiene buenas universidades.
       -A ti no puedo mentirte, pero en otro momento te contare los motivos- le asegure.
  Ella no dijo nada, solo asintió con la cabeza. Era un buen momento para comenzar, y adaptarme resultaría más sencillo de lo que pensé, así que nada tenía que tornarse complicado todo seria fácil; solo tenia que acostumbrarme a que ahora iba a visitar y a llamar a mamá, no a papá. No sonaba tan complicado, iba a lograrlo, lo había prometido y lo cumpliría; no regresaría a Nebraska con la mirada baja, regresaría como una chica valiente que toma las cosas como vienen, y las supera… con o sin ayuda. Sin embargo, quizás eso no seria del todo cierto, pero… ¿realmente importaba?, ¿Quién se daría cuenta de ello?, si aprendía a actuar con suficiente naturalidad… podría fingir frente a los demás; saldría adelante… con ayuda de Christina y mi nuevo entorno…
  Luego de mi encuentro con Christina supe que era momento de volver a casa con Billy para desempacar e instalarme en mi vieja habitación, la que fue mía desde que era niña; camine rápidamente por el jardín y subí los tres escalones que me separaban de la puerta de entrada, ya podía escuchar la televisión encendida en el canal de deportes… Billy los amaba, así que tendría que acostumbrarme a ello. Abrí la puerta y entre esperando verlo sentado en el sillón que estaba frente a su enorme televisor; pero no estaba, lo que si capte de inmediato fue el encantador aroma que provenía de la cocina. ¿Billy cocinando?, solté una risita y deje la mochila en el sillón para acercarme a la cocina.
       -¿Te divertiste con Christina?- pregunto sin mirarme, pues estaba cortando unos cuantos apios.
       -Sin duda, es bueno ver a los  viejos amigos- conteste mirando a otro lado.
  La pared que podía mirarse desde la cocina estaba llena de reconocimientos, diplomas y premios, los cuales nunca me había molestado en mirar con detenimiento; mi padre llevaba una vida excelente, sin limitaciones económicas y todo debido a su gran trayectoria como abogado. Aunque ahora que lo veía vestido de chef, podría jurar que también hubiera sido una buena opción para él; sin embargo, me resultaba muy divertido ver sus fotos el día que se graduó de la universidad, todos sus compañeros lo embarraron de pastel como regalo por sus sobresalientes calificaciones. Inmediatamente reconocí al padre de Christina, un hombre alto, rubio, con la piel exquisitamente blanca, los ojos de un profundo azul y los rasgos suaves como los de un bebé; mi padre era algo diferente al padre de mi mejor amiga, sin duda era alto, fornido… imponente con su sola presencia, la piel apiñonada, el cabello azabache y los ojos verdes; yo por mi parte era diferente, mi piel era un tono más clara que la de mi madre, parecía una chica albina y me gustaba mi piel… que ahora con el sol relucía mucho más que bajo el nublado cielo de Nebraska. Tenía el cabello largo muy por debajo de los hombros, castaño obscuro… aunque ahora me había dado cuenta de que bajo el sol se veían algunos reflejos rojizos, mis ojos no eran de color como los de mis padres… yo los tenía achocolatados. Mi madre tenía el cuerpo de una modelo de pasarela, y mi padre cuidaba mucho su aspecto personal; yo era delgada por mi complexión, y un poco ayudada con mi 1,67 de estatura, pero jamás fui atlética, sabia jugar un poco pero generalmente me sucedía algo malo al intentarlo… por eso prefería salir a caminar por los bosques que bordeaban Omaha o simplemente sentarme al lado de la ventana a observar a las personas.
       -Si quieres ve a instalarte, yo te llamare cuando esté lista la cena- me dijo en un susurro casi inaudible.
  Asentí una vez y volví a la sala para recoger mi mochila, luego subí las escaleras lentamente; comenzaba a hacerme consiente de que de verdad estaba en Baltimore, y que ya no podía volver. Suspire ruidosamente y alce la cabeza, no tenia porque temer o ¿si?, ¿Quién iba a morderme en una ciudad donde muy pocas personas me conocían? solo eran mis nervios porque estaría en una nueva escuela, conocería personas nuevas y tendría que acostumbrarme a un nuevo ritmo y estilo de vida. Puesto que no solo cambie de cuidad, también pase de vivir en Omaha, la ciudad más popular de Nebraska… en un barrio de clase media… para vivir en Baltimore, una ciudad conocida por su comercio y sus industrias, y vivir en un barrio de clase alta… una zona meramente residencial. Abrí la puerta de mi habitación, todo era tal y como lo recordaba… el viejo color azul cielo en las paredes, el techo de madera con algunas vigas, las cortinas blancas en la ventana, el suelo que simulaba la madera de cedro y el típico aroma a brisa marina y algunos arboles frutales de la zona. Mi maleta estaba al lado de la puerta, lo note al momento de cerrarla; luego me recargue y me resbale hasta el suelo. Todo esto era real, mi cama al centro de la habitación… un pequeño armario donde guardaría mis cosas, las desnudas paredes del cuarto; estaba sola. Ya no podría correr a los brazos de mi madre cuando tuviera pesadillas, al otro lado del corredor había un estudio donde papá solía encerrarse a escribir, detrás de otra puerta estaba una pequeña biblioteca… y además de la mía había otra, que era la del baño. Todo el segundo piso estaba carente de vida, sin contar los latidos de mi corazón y mi respiración entrecortada; suspire al sentirme libre de soltar algunas lagrimas sin que nadie me viera o me escuchara, eso quizá era bueno… ahora podría desahogarme sin un publico presente.
       -Ya basta…- me dije a mi misma algo irritada.
  No podía seguir llorando, y tenia que dejar de engañarme… mi  tristeza no solo se debía a mi viaje y a la distancia que había puesto entre mi madre y yo; también tenia mucho que ver con el vacio que sentía en el pecho, era primordialmente el dolor de la perdida y el hecho de que tenia que aprender a vivir con la soledad. Me levante y me limpie las lagrimas mientras subía mi maleta a la cama para sacar mis cosas y acomodarlas en el armario, fue una tarea sencilla ya que no había muchas cosas que guardar; lo mas complicado fue guardar la ropa invernal que mi madre empaco para mí en caso de que hiciera frio. Siempre me había defendido, y más porque de niña había sido muy propensa a las enfermedades.
  Cuando termine coloque la maleta sobre el armario y me senté en la cama, me faltaban mis libros, mis compañeros… que siempre estaban junto a mi cama, sobre una mesita de noche; los extrañaría, habían sido mis amigos durante años… me ayudaban a escapar a la realidad. Me acosté sobre la cama, en posición fetal, era mi posición favorita para sentirme a salvo de los problemas; nuevamente las lagrimas asaltaron mis ojos, incesantes… cada una siguiendo el mismo camino, creando pequeños surcos en mi rostro… hasta llegar a la colcha, en donde eran absorbidas y hacían una pequeña mancha húmeda. No se en que momento me quede dormida, pero cuando comencé a llorar apenas comenzaba a atardecer y ahora estaba completamente oscuro, algo atemorizante; me levante y abrí la puerta para bajar. Billy estaba sentado frente al televisor, acompañado por un hombre, al que por su rubia cabella… reconocí inmediatamente como el padre de Christina.
       -¿Papá?- balbucee desde la escalera.
       -Natalia te llame para cenar y no contestaste, subí a ver como estabas y te encontré dormida- se disculpo mientras se acercaba-, no quise molestarte.
  Al ver sus ojos corrobore su historia, siempre fue un hombre honesto y sumamente amable; me pase una mano por el cabello y negué con la cabeza cerrando los ojos.
       -Lo lamento, estaba cansada por el viaje- mentí de una forma poco convincente-; vamos sigan viendo el partido, yo puedo calentar algo para comer.
       -¿Estás bien, hija?- pregunto algo dudoso.
       -Si, papá… todo esta bien- le dije con una sonrisa.
  Se acerco y me beso en la frente, luego volvió a la sala y tomo su lugar en el sillón que estaba frente al televisor; yo camine en silencio rumbo a la cocina, para evitar un careo con el padre de mi mejor amiga… pero fue en vano. El hombre me volteo a ver apenas se dio cuenta de mi presencia.
       -Natalia que gusto- dijo él con una enorme sonrisa en los labios-, has crecido mucho desde que te vi por última vez; ya eres toda una mujer.
  Acompaño su afirmación con un movimiento de su cabeza y una sonrisa lacónica.
       -Si, gracias Sr. Evans- le dije sin poder ignorar la sensación de la sangre ruborizando mis mejillas.
       -No hay porque, Natalia- admitió él y volvió los ojos al televisor, justo antes de que los Lakers anotaran.
  Metí las manos dentro de las bolsas de mi pantalón y me aleje rápidamente, esperando que el movimiento atenuara lo sonrojado de mi rostro; al llegar a la cocina suspire de alivio, iba a tener que acostumbrarme a ese tipo de reuniones. Mi padre y el de Christina eran amigos desde la preparatoria, así que su relación era muy estrecha; quizá sobreviviría si Christina y Sean vinieran de vez en cuando a acompañarme.
  Me puse a hurgar en el refrigerador algo de comer, mi padre no necesitaba una segunda esposa para que su vida funcionara, el frigorífico estaba repleto, había yogurt, leche, verduras, jamón, queso, carne congelada, etc.; sonreí y saque un bote de jugo de naranja, busque un vaso y me serví; luego comencé a buscar algo con que acompañarlo, pues aun no confiaba completamente en los dotes culinarios de Billy, siempre que venia, luego de cumplir 15 años, yo cocinaba para él. Era raro que ahora los papeles se invirtieran de una forma tan inesperada.
  Encontré un poco de pan dulce, tome una pieza y mi jugo para volver a mi habitación; tenía que avisarle a mi madre que había llegado bien y que todo marchaba excelente, al menos para mantenerla tranquila. Deje el pan y el vaso en la mesita de noche para acercarme a la computadora portátil, que acababa de descubrir al despertarme, que descansaba en un pequeño escritorio que estaba al lado de la ventana; lo encendí y comencé a escribir:
  Hola mamá, pues llegue hace algunas horas y me reuní con Christina Evans, ¿la recuerdas? Por eso tarde un poco en escribirte, sabes acabo de llegar y ya te extraño; todo esta bien por aquí, papá esta viendo un partido de basquetbol con el papá de Chris. Mi habitación cambio un poco desde la última vez.
    Se que estarás preocupada por la ropa, pero papá prometió llevarme el próximo fin de semana a comprar algunas cosas para completar mi guardarropa. Estoy muy emocionada porque me regalo un mini Cooper, esta hermoso, ya lo veras.
  Bueno mamá, cuídate mucho. Saluda a Mitch de mi parte, que te cuide mucho por mí; te amo mamá.
Natalia.
  Al oprimir la tecla de enviar, un par de lágrimas rodaron por mis mejillas, remarcando los surcos que habían hecho las anteriores unas horas atrás; trague saliva y cerré el ordenador para volver a mi cama. Me senté en la orilla y le di un sorbo al jugo pensativa; mañana seria otro enfrentamiento con mi nuevo entorno, quizás nadie iba a morderme… pero tenía miedo y el solo pensar en ello hizo que se me revolviera el estomago. Gemí y deje todo sobre la mesita, lo más alejado de mi nariz; salí al baño y me metí en la ducha, el agua tenia que relajarme y ayudarme a dormir con calma. Cuando salí escuche el sonido del televisor apagarse, luego la puerta se abrió y se cerro un par de minutos después; entre a mi habitación y cerré la puerta para cambiarme. Tome mi pijama, un pans y una blusa holgada de tirantes; adiós ropa de invierno, si dormía con eso terminaría más delgada de lo que ya era. Lance el pantalón al suelo y busque un short en el armario, cuando lo encontré me enfunde con él y destendí la cama para acostarme.
       -Natalia- grito mi padre-, ¿cenaste  y te pusiste en contacto con tu madre?
       -Si ya cene…- le conteste lanzándole una mirada furtiva a lo que había cambiado al escritorio-, y ya hable con mamá.
       -Bien, hasta mañana… duerme bien- me dijo y luego lo escuche andar un poco por el segundo piso.
       -Tú igual, hasta mañana- respondí.
  Luego de nuestra conversación me tire a la cama de lado, sin cubrirme con las cobijas hasta que el incesante repiqueteo de la lluvia en el techo y las ventanas, aunado a una fría corriente de aire que se colaba por la ventana me hizo acorrucarme bajo todas las cobijas. Ese repiqueteo, que pronto se convirtió en una tormenta, fue lo que me arrullo para dormir; el sonido de la naturaleza siempre había sido mi canción de cuna preferida, sin importar cual fuera. Aun con frio, y castañeando los dientes, el armónico sonido de la lluvia me hizo quedarme dormida profundamente, con un solo pensamiento en la cabeza… ‘’todo saldrá bien mañana, nadie te comerá por ser nueva… si a caso serás el motivo de las habladurías unos meses’’, eso era lo peor… al menos desde mi punto de vista.
  La lluvia comenzó a alejarse, como si fuera yo quien abandonaba mi cuerpo y el lugar donde me encontraba, acercándome a una paz infinita y a un bochornoso silencio absoluto; todo parecía tan lejano, iba a lograrlo… Baltimore también seria mi casa, lo había decidido y no me arrepentía, todo estaría bien… no había porque dudar. Sonreí dormida, aferrándome a las colchas de la cama; las lágrimas habían cesado y el miedo me abandono al poco rato. Perdí por completo el sentido, antes de medianoche, cosa que no hacia muy a menudo en Omaha; culpe al cansancio del viaje y al estrés del que dirán, pero estaba tranquila y dormía en paz…

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